29 mar. 2024

Cuando la sopa paraguaya es más valorada en Brasil

Andrés Colmán Gutiérrez - Twitter: @andrescolman

En los años 80, cuando viajé por primera vez a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, me llamó la atención la gran variedad de panes artesanales que se exhibían en una plaza cercana a la Catedral. Al observar en detalle, reconocí una variedad muy característica.

–¡Esta es la chipa...! ¡Es un alimento típico de mi país, el Paraguay...! –le expliqué a la vendedora, una mujer vestida con las clásicas enormes polleras del pueblo andino.

–¡No, mi’jito! –me aclaró ella–. Este es el cuñapé, un pan de queso y harina de yuca, muy tradicional de las selvas bolivianas.

Años después, en un encuentro latinoamericano en Lima, Perú, surgió el desafío de que cada delegación elabore un plato tradicional de su país, para competir en un torneo de sabores. Los paraguayos nos dijimos: “Vamos a preparar un rico chipa guasu. Con eso nadie nos va a ganar”.

Compramos choclo, queso fresco, manteca, cebolla, leche, huevos... y pusimos manos a la obra. A la hora indicada, cuando todos hacían probar sus manjares, invitamos lo nuestro con orgullo nacionalista.

–¡Van a probar algo muy delicioso, que no encontrarán en otra parte...! –prometimos.

Apenas comió el primer

bocado, un estudiante peruano exclamó, desilusionado: –¡Ah... es pastel de choclo!

Así nos enteramos de que en el Perú hay un plato idéntico a nuestro chipa guasu... solo que se llama “pastel del choclo”, y además de la versión salada, tienen otra con azúcar.

Desde entonces, mi chauvinismo o patrioterismo ha sufrido más duros golpes. Dejé de usar la frase “más paraguayo que la mandioca”, cuando supe que la mayor producción de yuca está en África y Asia, que Paraguay está en la cola de la lista de productores de este rubro y ni siquiera le damos todas las utilidades culinarias que le dan otras culturas.

Mientras aquí seguimos sin dar valor oficial a los elementos de nuestra cultura –y que, en muchos casos son compartidos con otros pueblos con raíces comunes–, nos molesta cuando en otras partes lo hacen. Hace años que el Gobierno argentino ha declarado Patrimonio Cultural, Alimentario y Gastronómico al mate y a la yerba mate, junto al asado, el dulce de leche, la empanada y el vino malbec.

Ahora, la intendenta de Dourados, en Mato Grosso do Sul, Brasil, declaró por ley municipal a la sopa paraguaya como “patrimonio cultural inmaterial” de dicha comunidad. Hay quienes lo ven como un robo o una usurpación y ponen el grito al cielo, pero aquí nadie se ocupó por valorizarlo de este modo. Los matogrosenses hace mucho lo adoptaron como alimento cotidiano, sin dejar de reconocer su origen. Ni siquiera le cambian el nombre. Simplemente, lo valoran más. Deberíamos aprender de ellos. ¿Acaso no se toma caipiriña y no se come feijoada en Asunción?

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