Por P. Víctor Urrestarazu
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La Virgen fue durante toda su vida consuelo de aquellos que andaban afligidos por un peso demasiado grande para llevarlo ellos solos: dio ánimos a San José aquella noche en Belén, cuando después de explicar en una puerta y otra la necesidad de alojamiento, no encontró ninguna casa abierta. Y le ayudó a salir adelante en la fuga a Egipto, y a establecerse en aquel país. Y a José, a pesar de ser un hombre lleno de fortaleza, se le hizo más fácil el cumplimiento de la voluntad de Dios con el consuelo de María. Y las vecinas de Nazaret encontraban siempre apoyo y comprensión en unas palabras de la Virgen... Los Apóstoles hallaron amparo en María cuando todo se les volvió negro y sin sentido después que Cristo expiró en la cruz.
Desde entonces Nuestra Madre no ha dejado un momento de dar consuelo a quien se siente oprimido por el peso de la tristeza, de la soledad, de un gran dolor. Ha cobijado a muchos cristianos en las persecuciones, liberado a muchos poseídos y almas tentadas, salvado de la angustia a muchos náufragos; ha asistido y fortalecido a muchos agonizantes recordándoles los méritos infinitos de su Hijo.
Si alguna vez nos pesan las cosas, acudamos a Ella, siempre encontraremos consuelo, aliento y fuerza para cumplir en todo la voluntad amable de su Hijo