18 ene. 2025

Construir desde los principios

No se construyen instituciones sólidas ni se valora la libertad y menos aún se conoce la democracia cuando la base social es marginada, perseguida, estigmatizada.

Si el país se asemejara a una casa común que requiere con urgencia reparación, corrección o apuntalamiento, todos deberíamos coincidir en que el problema del Paraguay no está en los valores, sino en los principios. Es ahí donde fallamos como nación y desde ahí deberíamos acometer la tarea de reconstruir la patria.
Los que están en “la casa” desde hace mucho tiempo la han convertido en un conventillo marginal donde lo turbio, lo avieso y lo promiscuo se han enseñoreado de tal forma que les genera grandes beneficios económicos aunque la construcción esté a punto de caerse y a pesar de haber expulsado a muchos que la podrían haber reparado.
El cimiento del Paraguay es débil, delgado y poco profundo. Más de la mitad de su población infantil crece en estructuras monoparentales. Solo hay madres o excepcionalmente padres, aunque ahora se han multiplicado estos últimos, debido a que las mujeres preferentemente han viajado al exterior para financiar con sus remesas su existencia.
Como en las dos guerras anteriores, la actual contra la pobreza la libran las mujeres paraguayas con el mismo vigor y coraje que en las anteriores ocasiones. Solas, silenciosas y sin protestar. La pobreza es además el resultado de familias desestructuradas. Hijos que crecen al cobijo de parientes, de maestros que simulan ser progenitores y el Estado que les da un festejado vaso leche para calmar su conciencia de no haber hecho políticas públicas enderezadas al bienestar social.
Una proporción alta de incesto y de paternidad irresponsable golpea al corazón de una moral cristiana no evangelizada donde estas cosas no despiertan la indignación colectiva que debería.
Suicidios que han superado el año pasado la cantidad de días de un calendario y con una mayoría joven menor de 25 años que es cuando más se quiere “amar y honrar la vida” también son signos elocuentes que no podemos seguir habitando en la misma covacha de hace décadas.
El país requiere cimientos o principios más que valores.
La familia debiera ser como lo manda la Constitución: la razón fundamental del trabajo del Estado que responde hoy cínicamente con viceministerios de la niñez y la adolescencia, de la mujer y de la juventud, pero carece de un ministerio de la familia que es donde se nutren todas las demás reparticiones o políticas estatales.
No hay patria sin familia y no hay nación ni sociedad que se valore sin que se fortalezcan con políticas públicas a la célula fundamental de toda organización social: la familia.
No se construyen instituciones sólidas ni se valora la libertad y menos aún se conoce la democracia cuando la base social es marginada, perseguida, estigmatizada.
La familia paraguaya está rota y eso impacta hasta en los niveles de corrupción del sector público.
¡De qué moralidad o ética podría hablarse entre los funcionarios públicos cuando un tercio de ellos tiene embargado el salario por prestación de alimentos!
La solidez de cualquier proyecto político, social y económico es por tanto sostenido en principios y entre ellos el fundamental es el que atañe a la familia. No hay que empezar por el techo ni por las paredes sino por los cimientos, y ese es el gran y poco asumido problema paraguayo.