24 jun. 2025

CONQUISTAR LA CONFIANZA

Reflexiones desde México DF

Domingo|23|NOVIEMBRE|2008 - flibre@highway.com.py

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El proceso personal que permite cerrar un trato, hacer un negocio, consagrar una alianza o establecer un proyecto común forma parte de un factor poco estudiado por quienes analizan la economía o la riqueza: la confianza. Fuera del magnífico libro de Francis Fukuyama y algunas líneas trazadas en escuelas de negocios de EEUU, se le ha dado poca trascendencia a un valor humano que permite entender los matices de la realidad y consigue apoyos y soportes a gobiernos y programas.

Es un proceso complejo para países como los nuestros, donde la desconfianza hacia el gobierno es tan grande que los arrestos de entusiasmo, cuando culmina victoriosamente una campaña, muy pronto terminan por disiparse. A veces la gente no vota porque confía en alguien en particular, sino que lo hace porque está cansado y harto de la propuesta gubernamental que solo significa continuar con lo mismo.

Lo malo es que tanto la esperanza como el hartazgo tienen periodos muy cortos de duración. La gente se desencanta, en especial cuando no observa ni voluntad ni compromiso de hacer las cosas de manera distinta.

Si la criminalidad continúa en aumento sin que la Policía logre capturar a los malvivientes y se refugia en la expresión absurda de que no lo hace porque el Código Penal lo impide o que la Comisión de DDHH los persigue, es que estamos frente a un cuerpo de seguridad desmoralizado e ineficiente. No hay confianza en la Policía y menos en los investigadores fiscales, que han probado en la práctica estar solo en funciones para cobrar un salario a final de mes.

Si decimos que queremos generar empleos pero no hacemos aquello que permite que la inversión se radique en el país sea de signo local o internacional, no podemos cuestionar después a los países que prosperan para lamentarnos de los “ricos insensibles” que tenemos. “No se crea riqueza empobreciendo al rico”, decía Lincoln, que mucho sabía de problemas y dificultades.

Hay que generar confianza de que tanto el pueblo como el gobierno persiguen similares objetivos. Si vemos que los políticos siguen interesados en vivir bien a costa de un pueblo miserable, si siguen siendo rehenes de pícaros y mediocres funcionarios, si continúan dándoles más importancia a sus querellas internas y sus luchas por espacios de poder que no significan nada para la gente, no deben quejarse posteriormente de que los niveles de desconfianza los lleven al rechazo, al repudio y al hartazgo.

El Paraguay necesita recuperar un discurso motivador y una acción enérgica orientada al desarrollo. Lo que tenemos es solo conmiseración, lamento y solidaridad mal entendida. Así como están las cosas, el peor enemigo del gobierno es el mismo gobierno, que al carecer de una hoja de ruta que coloque un destino al país solo le queda desgastarse en querellas internas mientras la ciudadanía sufre delincuencia, criminalidad, insolencia extranjera y por sobre todo: escasa capacidad para pelear por aquello que importa.

Hemos colocado desafortunadamente en estos casi 100 días los conflictos internos como los ejes del gobierno. Venimos así desde 1993 y poco ha cambiado porque no tenemos sinceridad creadora ni voluntad desarrollista de hacer las cosas de manera distinta. La confianza depositada en el cambio es un capital muy volátil y si no logra el gobierno un golpe de timón rápido y pronto es probable que la solución que venga no tenga características democráticas necesariamente.

El reto de contener los efectos devastadores de una economía mundial en recesión requiere mucho más seriedad que aumentar el presupuesto o las tasas sin que nada cambie en la gestión. Mientras la seguridad del país encuentre que es más atractivo pelear por rubros y no contener a los delincuentes, no tendremos que ser muy astutos para entender por qué la desconfianza puede habernos cobrado el impuesto más duro en forma de pobreza y subdesarrollo.