El gobierno del presidente Horacio Cartes ha culminado. Una gestión marcada por luces y sombras. Por un lado, con un crecimiento económico continuo e importante, con fuertes e históricas inversiones a nivel de obras públicas, las que, sin embargo, no tuvieron el impacto dinamizador esperado en la economía diaria del grueso de la población.
Cartes se va dejando obras emblemáticas, como la del barrio San Francisco, iniciativa que los próximos gobiernos incluso deberían emular, buscando soluciones definitivas para las familias afectadas cada año por la crecida del río Paraguay; infraestructuras viales culminadas y otras en ejecución.
También registra en su mandato acciones inéditas y valientes –poco valoradas por la prensa–, como las asumidas ante la OEA en defensa de la familia y la vida, dejando en claro la soberanía de nuestro país en contra de imposiciones de los organismos multinacionales respecto a temas muy sensibles para el pueblo.
Pero también se marcha con sombras, especialmente aquellas provocadas por sus exabruptos y la soberbia y ambición propias de un acaudalado empresario acostumbrado a hacer lo que quiere y escuchar muy poco. En el 2015 impuso a Alliana como titular de la ANR, generando un desgaste político, sobre todo en el Congreso, dejando en segundo plano proyectos importantes; su respaldo a personajes muy cuestionados en la política, como González Daher y otros; hasta lo más grave, el intento de forzar la misma Constitución Nacional buscando su reelección, lo que incluso culminó con una desgracia: la muerte de un joven del PLRA; y luego para jurar como senador activo. Cartes se embarró inútilmente con esos hechos, en un país que necesita fortalecer sus instituciones e impulsar el respeto y cumplimiento de las leyes.
Hoy, el gobierno de Cartes es historia. El empresario tabacalero ya no ocupa el sillón del Palacio de López, entre tanto, la ciudadanía va ganando protagonismo, fenómeno más que positivo para el Paraguay. Hoy es Mario Abdo quien debe impulsar un modelo de gestión, que esperamos tenga como sujeto al hombre de a pie, al ciudadano de clase media, y al que vive en extrema pobreza.
A propósito, ayer, a minutos de la asunción presidencial, un joven se hacía sentir en el barrio, ofreciendo frutas y verduras con su vetusta motocarga, y casi detrás hacía lo propio un vendedor de chipa con su pequeño vehículo “de Iquique”. Más temprano, había pasado un carro de tracción a sangre, juntando cartones y plásticos de la cuadra.
Ajenos al trascendente acontecimiento político y cívico que se desarrollaba en esos momentos, estas personas, sin embargo, exponían la realidad de muchos en Paraguay; la de la supervivencia y la lucha por el pan diario; jóvenes y adultos a los que poco les interesan los discursos, las visitas protocolares o actos gubernamentales; solo quieren oportunidades, seguridad, vivienda y políticas integrales para sus familias; son los paraguayos que deben convertirse en sujetos activos y beneficiarios de la política.
Es el desafío de Abdo Benítez, entre otros tantos, y también de la ciudadanía que debe seguir reclamando y proponiendo de manera organizada, fortaleciendo la sana y siempre necesaria lógica de más sociedad y menos Estado.