12 feb. 2025

Caridad con plata ajena

Por Hugo Rubin
“…Estaba transido de piedad (hacia él)… era la conciencia total de un hombre sin valor ni esperanza, un sentimiento de conclusión, de no poder ser redimido. Había vergüenza en este sentimiento. Su propia vergüenza, la que debía tener para emitir tal juicio sobre otro hombre. Debería conocer una emoción que no tuviera nada de respeto. Esto es la piedad –se dijo, y levantó la cabeza con asombro–. Debe de haber algo terriblemente mal en un mundo donde un sentimiento tan monstruoso es llamado virtud.”
Este es un fragmento de “El manantial” de Ayn Rand. Novela que relata, entre otras cosas, la lucha del individualismo y el colectivismo, la manipulación de las masas ignorantes por unos pocos parásitos que se erigen en sabios y compasivos críticos de la humanidad, seleccionando valores y personajes al azar para convertirlos en héroes sociales, marginando ideas y personas talentosas o productivas.
La ética y la moral de algunas religiones e ideologías han pervertido la naturaleza innata de hombres y mujeres que los lleva a la supervivencia y la superación. Cuando vemos a los recolectores de basura moverse entre la mugre bajo el bochornoso sol, mientras nosotros viajamos cómodamente con aire acondicionado escuchando nuestra canción favorita, nos sentimos culpables y con lástima por sus miserables vidas mal remuneradas, humillándolos más por creernos caritativos ciudadanos que reconocemos la desgracia ajena en lugar de preguntarnos qué malnacido gobernante destruyó las finanzas del país.
Dejamos caer lágrimas de dolor por los miles de niños enfermos, maltratados y sin futuro que salen de los barrios marginales a pedir limosna o prostituirse, pensando que con una moneda o una ley se corregirán las diferencias de clases. Mientras que un grupo teocrático e hipócrita promueve la ilimitada reproducción de pobres, otro lucra obscenamente con discursos y acciones demagógicas, y los que verdaderamente se rompen las espaldas generando trabajo y dinero son ordeñados por pillos traficantes de poder e influencia.
Todos tenemos la mente y el corazón influenciados por alguna bandera, ésta puede cambiar en diferentes circunstancias. Nos obligan a creer que tenemos que compartir criterios, o peor, que por elegir nuestras batallas o principios según nuestra conveniencia somos egoístas, cuando en realidad lo único que deberíamos pretender es desarrollarnos y evolucionar.
Si con nuestro empuje o en nuestra misma sintonía hay otras personas que también avanzan, ¡fantástico! Pero si el lastre de quienes prefieren estancar al país debe ser responsabilidad de todos porque a algún desequilibrado se le ocurre, y aceptamos pasivamente la imposición, nunca debimos bajar de los árboles o deberíamos pastar en manada.