Lo peor no es que ella exista, lo peor es que parezca que no pueda cambiársela. Con la realidad tenemos ese problema los paraguayos: hay una especie de fatalismo que rodea la aproximación a un problema y, cuando intentamos transformarla por el camino de la ley, siempre buscamos el atajo que permita eludirla o simplemente ignorarla. Las instituciones son frágiles y débiles ex profeso porque quienes las administran ocasionalmente no ambicionan que sean fuertes ni previsibles.
Esta introducción viene a cuento de los sucesos de una semana llena de caseros, vetos y sinrazones. Medias verdades o explicaciones ausentes que llevan a interpretar la realidad de miles de maneras que tal vez en el fondo sea el propósito de quien pretenda confundir para no alterar la realidad.
El canciller Loizaga había hecho campaña desde su retiro jubilatorio convenciéndonos que la entrada de Venezuela al Mercosur era ilegal porque violaba normativas del derecho internacional. Le creímos porque parecía sincero. El mismo jefe del Ejecutivo había ido más lejos sacando un comunicado y poniendo por escrito que lo político no se interpondría en el camino de lo jurídico. Todo esto ha quedado pisoteado por la presentación formal del pedido al Congreso para que apruebe el ingreso de un país cada vez más cercano al modelo dictatorial que al democrático y con notables carencias en las formalidades básicas en el relacionamiento entre países.
La gran pregunta es: ¿Qué habrá ocurrido en este tiempo para que el Paraguay haya cambiado de opinión de manera tan drástica? ¿Qué elementos de la realidad se agregaron para que se obviaran los argumentos jurídicos y sin decir agua va se terminará admitiendo al devaluado club del Mercosur a un socio de cuestionables actitudes democráticas? Las interpretaciones son variadas, desde la esperada conmutación de la deuda con PDVSA, que suma casi 300 millones de dólares, hasta la presión de los dos socios más interesados en la relación con el régimen de Maduro: Brasil y Argentina, que pueden discrepar en su trato comercial mutuo, pero están muy de acuerdo en hacer tratos con la improductiva Venezuela.
Lo cierto es que estamos invadidos de una sensación de frustración y desconfianza. Razones hay, porque si no logran explicarnos qué cambios se dieron para que mudáramos de opinión desde el Gobierno, la cuestión se mantendrá dudosa, por lo menos.
Dicen que los productores de soja ganarán este año 70% sobre el cultivo récord de la oleaginosa. No desean pagar un impuesto con el que estaba de acuerdo Cartes que se aplicara y que fuera argumento de presentación de ley de parte de Galaverna.
Hoy ambos están en desacuerdo con vetar la misma ley que quisieron se pasara. Contentos los productores, pero el mensaje es: “No queremos pagar impuestos y tenemos en el Gobierno unos aliados formidables que colaboran con nosotros”. La realidad es que el Estado se queda sin más de 300 millones de dólares anuales y sigue buscando colocar bonos adentro y afuera para hacer frente a sus obligaciones económicas. ¿Inentendible por inexplicable? O, simplemente efecto directo de un lobby eficaz, solo que el mismo es un disparo a la pierna del mismo Estado al que los sojeros le pedirán caminos, puentes, hospitales, escuelas y policía que estén siempre disponibles para ellos... pero sin pagar tributos.
La realidad paraguaya tiene que ser transformada como lo hizo Mandela en Sudáfrica. Con verdad, amor, compromiso y testimonio. Se imaginan ustedes al gran líder viviendo en la mentira, la media verdad o el egoísmo, ¿que tipo de país hubiera podido construir? Hay que cambiar la realidad... pero con verdad y valentía.