El mundo será redimido, rescatado por la belleza, ha dicho hace unos días el papa Benedicto XVI. Lo estético se presenta así como la puerta de acceso a la verdad, la entrada al bien, el sendero hacia la unidad de la comunidad. La afirmación, que pareciera mero artilugio retórico, revela las cualidades profundas de la realidad, de la composición íntima de las cosas con las que nos topamos todos los días; seres de nuestro entorno, aquellos “trascendentales”, como los llamaba la filosofía clásica.
El punto de Ratzinger es claro: una obra de arte, por ejemplo, de la naturaleza que fuera, refleja la dimensión espiritual, anímica de las cosas; remite a una dimensión ideal, superior de aprecio, de estimación, de contemplación. Lo bello por eso, atrae, suscita más que curiosidad intelectual, gozo íntimo que expande nuestra admiración y asombro. Es más, esa atracción supone que el objeto es bueno, bondad moral que une, funge de tejido solidario de la realidad. Lo feo, por el contrario, lo estéticamente repugnante, lo sucio separa, desintegra la sociabilidad natural humana.
¿Qué es lo que nos sugiere, en resumidas cuentas, esta tradición? Varias cosas, pero un ejemplo tal vez, podría ayudarnos. Reparemos en el estado de limpieza de Asunción. La desilusión por el estado de mercados y de calles –situación catastrófica– como la llamara la intendenta electa, no hace sino mostrar el rostro, reflejar el espíritu de la limpieza moral de los administradores; una situación de suciedad y abandono. La enorme dificultad creada por la falta de visión y claridad moral para administrar nuestra ciudad, ha convertido en ese estado calamitoso de cosas que hace que los ciudadanos se conviertan en des-creídos en las posibilidades de desarrollo ofrecidas: una propuesta sin arte, sin clase, con olvido completo del valor unitivo de la limpieza como antesala de lo bello, eco de lo bueno.
Aristóteles sugería que para “vivir una vida buena es necesario vivir en una gran ciudad”, pues lo bello, lo bueno y lo verdadero, son los fundamentos de la sociabilidad ciudadana. Lo que para nosotros ya indica un problema: el de cómo lograr esa gran ciudad en nuestro contexto de “limitaciones” estéticas. Esto nos refiere, precisamente, a la pretensión de Benedicto: los medios para lograr dicha ciudad son los de la belleza, donde la limpieza de la misma como punto de partida –queremos insistir– generará la fuerza transfiguradora de lo real, la puerta de acceso al bien, reflejo de la honestidad de las personas. ¿O acaso no llamamos bella a una persona buena? Así, la bondad de dicha vida, una vida buena, será fruto de la atracción hacia lo bello, la síntesis de lo material, lo estético y lo espiritual. Lo bueno, lo moralmente bueno, es el resultado así, de la totalidad de aquellos factores, donde lo bello cobra una realidad privilegiada. En este fin de año, y el comienzo de una nueva administración municipal, solo queda la esperanza de que los que vienen puedan revertir lo andado (¿des-andado?) y hacer de Asunción la que puede y debe llegar a ser: una gran ciudad. ¿Es acaso mucho pedir?
Mario Ramos-Reyes, Ph D