La fe es el tesoro más grande que tenemos y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido. Pongamos los medios para una adecuada formación, tanto más sólida cuanto más difíciles sean los ambientes y situaciones en los que se desarrolla nuestra vida; procuremos rezar con atención el Credo en la Misa de los domingos y fiestas, haciendo una verdadera profesión de fe.
En una época de confusión doctrinal hay que velar con especial cuidado para no ceder en el contenido de nuestra fe, ni aun en lo más pequeño, porque «si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito.
Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?».
Si guardamos la fe y la reflejamos en nuestra vida ordinaria sabremos comunicarla a los demás. Daremos al mundo el mismo testimonio que dieron los primeros cristianos: fueron fuertes como la roca ante dificultades inimaginables.
Muchos de nuestros amigos, al ver que nuestra conducta es coherente con la fe que profesamos, se verán movidos por este testimonio sereno y firme y se acercarán a Nuestro Señor.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal)