Si además agregamos que en ese lapso de 76 años sostuvieron la dictadura más larga del Cono Sur, y que al caer esta, continuaron en el poder, protagonizando la transición a la democracia, la sorpresa es todavía mayor. El partido colorado en estos 34 años de democracia ha tenido la habilidad de pasar de ser el soporte político de una dictadura criminal, a ser, poco tiempo después, el partido garante de la democracia política.
Las tensiones internas en el partido han marcado la dinámica de la política nacional en democracia. Los distintos gobiernos colorados han encontrado, en función de poder, su principal oposición en la facción interna adversa. Como se ha señalado en distintos trabajos académicos buscando caracterizar a la ANR: Oficialismo y oposición al mismo tiempo.
Al respecto, como indica Fernando Martínez Escobar, “expandieron el juego político por medio de alianzas con los partidos de la oposición” en los que las facciones coloradas enfrentadas buscaban asegurar una porción del poder en disputa y a la oposición, acceder, aunque sea de manera marginal, a pequeños espacios, a aquellos saldos, de la disputa principal.
Esta dinámica inaugura el sistema de cuoteo político en los primeros años de la década de los 90, con el recordado pacto de Gobernabilidad en el gobierno de Wasmosy, pero sobre todo marca una trayectoria que no ha variado, es el partido colorado el que mueve las fichas y la oposición es reactiva a ello.
Los resultados del pasado 30 de abril, refuerzan la posición dominante del Partido Colorado en todos los niveles y espacios de gobierno, posición que la ejercen de manera disciplinada, y moviéndose con apresuramiento, sin intenciones de promover el diálogo interpartidario ni social, sino todo lo contrario, bajando línea e imponiendo una agenda.
En este contexto, la dimensión dialógica o deliberativa, inherente a todo sistema democrático, se va a resentir en los próximos años. El de Peña será un gobierno para pocos, donde, nuevamente, las demandas de sectores populares no tendrán cabida. A esto debe sumarse la extrema fragilidad de la oposición sumergida en un estado de letargo, sin un proyecto que oriente la acción política y todavía tratando de descifrar lo ocurrido en las elecciones generales.
El panorama opositor es preocupante, con el principal partido inmerso en una crisis interna que parece irreconciliable, y luego, un conjunto de individualidades, referentes, entusiastas, pero sin apoyo orgánico/partidario que sea sustancial y, claramente, en la ausencia de un proyecto colectivo mayor.
Partidos disciplinados y organizados de la oposición que han reducido su representación al mínimo en el Congreso y la aparición de nuevos partidos, indisciplinados, inciertos, sin agenda clara ni programas, sustentados en liderazgos mesiánicos, que así como irrumpieron de forma intempestiva corren riesgo de caer de igual forma.
El desafío opositor no es mejor, en un escenario de derrota total, reconstruir la concertación, impulsar el diálogo político-social incorporando actores civiles, sociales y políticos, dando voz a quienes no la tienen y construyendo, de una vez, un proyecto colectivo de país que sea superador de cada una de las partes que lo componen. ¿Quién asume este desafío? ¿Quién convoca y moviliza para iniciar este camino?
En este escenario de desaliento y desorientación, la presencia del partido colorado parece inmutable, transmitiendo la idea de estabilidad y certeza, en medio del desacople opositor. Esta estabilidad, no obstante, es precaria, sujeta a un delicado equilibrio que evite que un sector interno lo pierda todo.