23 abr. 2024

Algunas ideas en torno a Zygmunt Bauman

“Hoy se sabe que las cosas más preciadas envejecen rápido, que pierden su brillo en un instante y que súbitamente, y casi sin que medie advertencia alguna, se transforman de emblema de honor en estigma de vergüenza.”

Z. Bauman

Su vida se parece bastante a la idea de “la vida moderna como fluidez” sin referencias, anclajes o modelos. Fuga, búsqueda y refugio; deslizamiento humano incontrolable, donde cada evento adquiere una consistencia leve, equívoca, banal. Nacido en Polonia (1925), de origen judío, escapó del régimen nazi a fines de los años 30. Al finalizar la ocupación alemana volvió a su patria para dictar clases de Sociología en la Universidad de Varsovia, pero en 1968 de nuevo el exilio lo obligó a huir, esta vez a causa de las purgas comunistas.

Violeta Núñez dice, en el prólogo a Los retos de la Educación en la modernidad líquida (Gedisa, 2008), que Bauman muestra cómo la modernidad líquida, al diluir los dispositivos productores de sentido de la modernidad sólida, diluye también la eficacia simbólica de los mismos. La noción de identidad, por ejemplo (véase, Identidad, 2007), como unicidad o proyecto vital se diluye. Anular el pasado, volver a nacer cada vez, sin causas ni consecuencias, excepto el de aburrirse. Bauman, sin embargo, encuentra una ironía, dice Núñez, en que esta sucesión inagotable de renaceres (en un abanico consumista compulsivo que va desde las liposucciones hasta lo último en complementos de moda) se hace en nombre de la búsqueda de lo auténtico, de ser uno mismo a cada momento. La cultura del presente urge a reinventarse de modo continuo.

Fluir es un estado de extravío y extrañeza muy próximo al ahogamiento en aguas desconocidas. Estamos impelidos a revertir el significado del sentido que nos hace lo que somos cada día, cada minuto. A fuerza de alejarnos de la orilla, flotamos hacia puerto seguro para luego, inevitablemente, volver a fluir.

Extrañar nuestra propia entraña es perderse en la complejidad de un entretejido mundo cuyo tiempo se diluye. Permanecer en el camino es seguir raudamente un cauce que apura el tiempo de la vida.

Llegar es volver. La eternidad es dudosa por no permitir dudas. Lo dudoso no es eterno. Un tiempo que se escurre, que fluye vertiginosamente, carente de principios fijos y contratos eternos. El pensamiento a “largo plazo” es difícil y hasta “peligroso”, ya que se teme que los compromisos firmes limiten la futura libertad de elección. Aferrarse demasiado, cargándose de pactos inquebrantables, puede resultar positivamente perjudicial mientras las nuevas oportunidades aparecen en cualquier otra parte.

A diferencia de los sólidos, los fluidos no conservan fácilmente su forma. No se fijan al espacio ni se atan al tiempo.

Los fluidos se desplazan con facilidad. “Fluyen”, “se derraman”, “se desbordan”, “salpican”, “se vierten”, “se filtran”, “gotean”, “inundan”, “rocían”, “chorrean”, “manan”, “exudan"; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente - sortean algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos, empapándolos- . Emergen incólumes de sus encuentros con los sólidos, en tanto que estos últimos - si es que siguen siendo sólidos tras el encuentro- sufren un cambio: se humedecen o empapan.

Aferrarse al suelo (identidad) no es tan importante si ese suelo puede ser alcanzado y abandonado a voluntad, en poco o en casi ningún tiempo.

Entonces, en la actualidad la constante es el cambio de dirección, adaptarse a condiciones favorables es una necesidad y detectar de inmediato los movimientos que comienzan a producirse actualizando y rectificando su propia trayectoria es un deber. Bauman insiste en que debemos reajustar el significado del tiempo. La historia lineal se ha transformado en puntillista. La vida va perdiendo densidad - dice Bauman- para ser en el puro instante, en un lanzar y sustituir ahora, ya mismo. Todo lo sólido se desvanece.

Ser poderoso hoy día significa evitar lo durable y celebrar lo efímero. Sin embargo, hay los que luchan desesperadamente para lograr que sus frágiles, vulnerables y efímeras posesiones duren más y les rindan servicios duraderos.

Y el poder fluye, y lo hace gracias a que cada día el mundo se deshace de trabas, barreras, fronteras fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y particularmente una red estrecha con base territorial, implica un obstáculo que debe ser eliminado.

La ingeniería del poder se ha abocado durante años al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su fuerza y la garantía de su invencibilidad (globalización).

Y el poder se hace fuerte e omnipotente de manera proporcional a los derrumbes, fragilidades, vulnerabilidades, transitoriedades y las precariedades de los vínculos y redes humanos.

Así, el ser humano se convierte en algo que fluctúa, un enchufe portátil, moviéndose por todas partes, buscando desesperadamente tomacorrientes donde conectarse.

Pero en la época que auguran los teléfonos celulares, es probable que los enchufes sean declarados obsoletos y de mal gusto, y que tengan cada vez menos calidad y poca oferta.

Lo más probable es que los enchufes desaparezcan y sean reemplazados por baterías descartables que venderán los kioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de servicio de autopistas y caminos rurales.

Parece una diotopía hecha a la medida de la modernidad líquida adecuada para reemplazar los temores consignados en las pesadillas al estilo Orwell (1984) y Huxley (Un mundo feliz).

"(...) La única regla empírica que puede guiarnos es la relevancia momentánea del tema, una relevancia que, al cambiar de un momento a otro, hace que las porciones de conocimientos asimiladas pierdan su significación tan pronto como fueron adquiridas y, a menudo, mucho antes de que se le haya dado un buen uso. Como otras mercaderías del mercado, son productos concebidos para ser consumidos instantáneamente, en el acto y por única vez.” (Los retos de la educación, 2008.)

Pero Bauman es un “pesimista esperanzado”, un pensador carente de optimismo pero lleno de esperanza. Distingue entre optimismo y esperanza; el optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veinticinco por ciento de posibilidades, etcétera. Yo no digo eso, sino que tengo espe- ranza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero “Dios nos libre de perder la esperanza”. Y de ser derrotados por el miedo, claro está. Líquido o no (...).

El hombre de la sociedad líquida es, en definitiva un sujeto más autónomo, pero solitario; pretende relacionarse, pero eso le ocasiona pánico por lo que pueda implicarle para su condición de liviandad, y su amor por el prójimo, uno de los fundamentos de la vida civilizada y de la moral de Occidente, se ha traducido en temor a extraños, xenofobia, etcétera. (Vespucci, 2006.)

(*) INVESTIGADOR DE LA UNA.

El pensador polaco muestra cómo la modernidad líquida, al diluir los dispositivos productores de sentido de la modernidad sólida, diluye también la eficacia simbólica de los mismos.

Filosofía

José Manuel Silvero

Docente (*)

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