13 jun. 2025

ALERTA ROJA

Reflexiones desde México

Domingo|2|NOVIEMBRE|2008

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El mundo está conmocionado por la crisis financiera, la violencia terrorista y el rearme de varias naciones, entre ellas algunas de América Latina. La historia es pródiga en lecciones sobre la directa relación entre los problemas económicos y las guerras. La conmoción interna fuerza a los estados a gastar más en seguridad y menos en reducir las notables brechas económicas causantes de la inseguridad.

Los gobiernos latinoamericanos tuvieron una oportunidad en los últimos 7 años, cuando los precios de las materias primas, como la soja, el cobre y otros minerales, así como el petróleo, alcanzaron picos nunca antes conocidos, pero la inversión de esas ganancias no se hizo donde el edificio social requería que se hiciera.

Hoy tenemos serias dudas en torno al futuro. Rusia ha vuelto a colocar inversiones estratégicas restableciendo vínculos militares con Cuba y afianzando sus ventas a Venezuela. Brasil, con serias carencias sociales y casi la mitad de su población viviendo bajo la línea de la pobreza, gasta sus ingresos petroleros en la compra de submarinos nucleares, al tiempo que hace ejercicios militares de amedrentamiento en la frontera con Paraguay. Chile, un país con notable inequidad social, ha colocado sus ganancias del cobre en la compra de un portaviones, esto sin citar las grandes cifras gastadas por Hugo Chávez, de Venezuela. Cuando alcanzó el poder, el mandatario caribeño tenía el petróleo a 8 dólares el barril, llegó a alcanzar 150 dólares incrementando proporcionalmente sus gastos militares, pero no logrando reducir ni la pobreza ni la inseguridad de su país.

Cuando no tenemos recursos nos quejamos y aducimos que esa es la causa de nuestras desgracias; pero cuando los ingresos son positivos, no logramos hacer la inversión correcta que se requiere. La crisis financiera obligará al retorno de millones de inmigrantes latinoamericanos desde los EEUU, cuya economía entró en recesión.

Eso significa un problema político, social y económico nuevo. Veremos incrementar los niveles de pobreza y de inseguridad, afectando severamente a democracias frágiles, incompetentes y corruptas.

No es de descartar la irrupción de gobiernos militares en el corto plazo si los gobernantes civiles no logran sacudirse de su modorra e incapacidad. No se hicieron las cosas cuando había dinero. No se reformó el Estado y no se establecieron impuestos justos a las ganancias que se revirtieran en programas sociales; en definitiva, no se apuntaló un edificio que hoy luce agrietado y con riesgos de derrumbe.

La solución no está en gastar más en armas, sino en atacar las causas de la inseguridad. Muchas de ellas viven en el interior de los propios estados inficionados por mafias de distinto porte, que han desnaturalizado por completo el rol de los aparatos de seguridad.

La impotencia ante el crimen ha llevado a la población a sentir miedo, y ese es uno de los grandes motores que movilizan a la gente. Si la democracia no es capaz de entender el mensaje que diariamente envía una población asustada a la que le dicen que tiene que rezar o armarse, no nos quejemos de que muy pronto, cuando se decida canjear libertad por seguridad, estemos de nuevo como cuando empezamos en 1954.

Los pueblos se mueven por miedos o por esperanzas. De las últimas hemos tenido avisos reiterados que no han sido cumplidos. De los primeros, estamos empezando a sentir sus efectos; y de ahí al siguiente paso es un trecho muy corto.