Las elecciones de este domingo hacen parte de un ritual sin evangelio cívico. Algo parecido a la religión, por lo que no es extraño el poder que tengan las iglesias en estos comicios de un país laico.
Solo queda esperar que los feligreses que no se compran –que algunos dicen alcanzan el 50%– tengan un comportamiento a la altura de esta democracia sin padres, que nos dejaron en la puerta de nuestra casa como niña abandonada el 3 de febrero de 1989.
Ese porcentaje de ciudadanos se enfrenta hoy a los illotas (idiotas), que solo piensan en su interés particular en forma de diferentes tipos de soborno a la voluntad popular. Los políticos, las barras bravas y otros distorsionadores del voto no serán los que puedan botar a los corruptos, inescrupulosos, delincuentes y voluptuosos, que ya sabemos lo que pueden volver a hacer si algunos lo votan.
En el cuarto oscuro –y también fuera de él– se decide la cosa. Es el único momento donde el votante adquiere la condición de mandante y puede determinar con claridad lo que le gusta y lo que no. Ahí, en ese momento, se equiparan en valor ricos y pobres, probos e ímprobos, justos e injustos, campesinos y citadinos. Ahí somos iguales para decidir en qué tipo de ciudad o pueblo queremos vivir.
No nos debe traicionar la fuerza de la tradición y menos la inteligencia emocional a la que somos tan adictos los paraguayos. Debemos ser criteriosos y racionales para deshacernos de quienes nos someten a las peores humillaciones desde las veredas criminales hasta los baches asesinos pasando por la recolección de basura, el siempre inexistente barrido de las calles y las plazas abandonadas. Todo eso debe contar en el momento de decidir por elegir o botar a los incompetentes.
No es poca cosa lo de hoy. Es un voto de confianza a esta democracia sin genética, planes ni referentes.
Debemos aspirar profundamente para darnos ánimo de que con nuestro voto estamos construyendo un tipo de sociedad que se nos parezca en valores, compromisos y responsabilidades. Ganadores y perdedores convivirán de nuevo luego de los comicios. Seguirán siendo vecinos, pero cuando enviamos un mensaje de que nos interesa y conviene escoger a los mejores, nos estamos pareciendo a lo que somos. Cada pueblo tiene el gobierno que se le parece. Cada ciudad o pueblo escoge de entre sus vecinos a los concejales e intendentes que tienen sus mismas virtudes y carencias.
Cuando votamos, en realidad, expresamos la más profunda de las convicciones: la de sabernos representados por quienes expresan en sus obras y testimonios de vida lo que más valoramos y exaltamos. No es poca cosa. Quien vota se descubre cómo es y, por sobre todo, cómo quiere que el futuro sea para sus hijos y familia en general.
Ha sido una campaña pobre. Los candidatos se escondieron tras los números y el partido.
Lugo y Cartes plebiscitaron sus nombres demostrando con ello la distorsión más clara de una parte de esta pedagogía cívica que llevará aún un par de generaciones para observar sus primeros cambios.
Pero hoy decidimos si solo vale el voto o, en realidad, queremos botar a unos cuantos pillos que han asaltado nuestra representación democrática más cercana.
Hoy, ellos tienen miedo y eso es bueno, porque no están seguros de lo que podamos hacer. Animémonos a ser ciudadanos y no idiotas. Hoy es el día.