29 mar. 2024

Volver la vista atrás

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En la imagen, el escritor César González Páez. Foto: Archivo ÚH.

Lo que antes era una visita obligada, el puerto de Asunción que atraía por sus negocios y el movimiento de gentes de todo el país que buscaban novedades que traían los barcos y los comerciantes proveniente del interior, ahora, queda solo para el recuerdo.

La cerveza más barata, ese típico salamín argentino, chucherías varias que a las mujeres especialmente les distraía y alargaba el tiempo, haciendo grato ese recreo que lucía más los domingos, eran algunos de los atractivos que convocaban a orillas del río y su entorno tan lleno de peculiaridades.

Como un pantallazo, ese lugar, ayer tan concurrido y hoy un espectáculo tan despoblado, a pesar de que todavía podemos ver las casas vistosas o históricas edificadas en su cercanía. Sin embargo, se nota muy claramente que hace años que nadie las pinta y muchas de ellas se están derrumbando por desidia municipal.

Familias enteras dejaron sus vidas en el lugar, con sus numerosas anécdotas y bullicio constante. Hay historias en cada centímetro de ese lugar de la Capital.

Por estos motivos, casi parece no tener sentido pasear por el lugar, al menos que uno quiera experimentar la desilusión de lo bello que se viene abajo de a poco, pero inexorablemente.

Alguien dice por ahí que hay planes del Gobierno de resucitar el lugar al que ahora le llaman Casco Histórico que revitalizarán para generar interés turístico.

No termino de explicarme cómo harán para resucitar esa zona enferma que ya lleva años en terapia intensiva.

No seamos, sin embargo, irónicos con algo que tiene nuestro grado de responsabilidad, por no haber cuidado en el momento oportuno, hace tiempo, el lugar en vez de haberlo entregado al imperio de la basura y, en considerarlo un lugar solamente de paso, sin el valor que antes indudablemente poseía como punto de concurrencia de la gente.

Debemos comenzar a reconciliarnos con nuestro pasado y pensar que tenemos una deuda que saldar y poner toda la imaginación al servicio de un lugar que pide a gritos nuestra atención y reparo, no nuestras conocidas críticas para que, a las cosas que haya que hacerse, las hagan otros.

Anímese a verse a sí mismo en el rostro del pasado que nos pertenece, en una de esas le toma cariño al lugar y ayuda un poco.

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