En los meses siguientes la ciudadanía tomó la consigna y un sector de la clase política y militar, por hartazgo o ambición, vaya uno a saber, se decidió a dar el corte en aquel golpe de febrero siguiente, que podría terminar ahogado en sangre y que abrió las puertas de una desconocida democracia.
Han pasado veinticinco años, y aquella democracia tan anhelada e invocada cruje por todas sus articulaciones, y sin haber abandonado los vicios de la dictadura incorpora nuevas perversiones, como el ingreso a la arena pública de la narcopolítica. La corrupción, que se nutría del uso del dinero público por vía de las prebendas y desviaciones del mismo, ha encontrado una nueva fuente de riqueza en el vil y mortífero tráfico de drogas.
De que esa tendencia se ha ido incubando desde largo tiempo atrás, lo evidencia el asesinato del periodista Santiago Leguizamón en 1991, por sicarios del narcotráfico. La frontera era ya un escenario criminal desde antes de la caída de Stroessner, pero la partida del tirano dio nuevas ínfulas a la mafia fronteriza, que se fue infiltrando cada vez más en el centro del país.
Y esta es la realidad que encontrará el papa Francisco, a la cual se suma el flagelo del terrorismo político, estrechamente aliado a los narcos. El mismo Pontífice, según medios argentinos, habría expresado el temor de que su país se “colombianice”, ya que el narcotráfico se extiende sin pausa en el Cono Sur, desde que Colombia empezó a perseguir más eficazmente esos delitos.
¿Qué podemos esperar entonces los paraguayos del Santo Padre en esta casi sorpresiva visita? La Providencia de Dios no nos abandona, y tal como trajo a su enviado en un momento crucial un cuarto de siglo atrás, y nos vuelve a mostrar su misericordia con un Pontífice cercano a nosotros, que ha reiterado su aprecio y valoración por Paraguay, y su especial admiración hacia nuestras mujeres que reconstruyeron y siguen siendo el cimiento de nuestra Nación.
Lo que esperamos es que, nuevamente, la visita de un Papa sea un punto de inflexión, un cambio de rumbo auténtico, no como consigna política falaz, sino como impulso espiritual, porque nuestra democracia ha perdido su espíritu y se ha entregado a la perdición. Quienes esperen una orientación política de Francisco serán probablemente defraudados, y quienes busquen la esencia profunda podrán encontrar un derrotero firme en la voz de un Papa que, para toda la Iglesia y el mundo, representa, precisamente, un punto de inflexión.