29 mar. 2024

Violencia en la sala de urgencias

Antes del séptimo día

Con pocos días de diferencia hubo dos incidentes violentos en los servicios de urgencias de hospitales públicos. El primero de ellos ocurrió en Lambaré, donde falleció un niño de cuatro meses que había ingresado horas antes en estado grave, con una septicemia y una severa desnutrición. El bebé había sido tratado durante varios días con remedios caseros por un curandero. Cuando los padres fueron informados que el mismo no resistió, reaccionaron con agresividad, insultando y amenazando de muerte a los médicos, mientras golpeaban con furia la puerta.

El otro caso sucedió en Capiatá, cuando médicos y enfermeras intentaban colocarle una vía venosa a un niño ingresado por una infección respiratoria. Al escuchar el llanto del pequeño, que estaba en brazos de su madre, el padre se ofuscó, ingresó a la sala de procedimientos y arrojó una silla de ruedas contra una ventana y una puerta de vidrio. La rotura de las mismas produjo cortes en tres adultos y una menor.

Los que hacíamos guardias médicas hace unas décadas no conocimos este tipo de violencia contra el personal de salud. Su aumento en los últimos años ha sido denunciado por varios gremios médicos y nos interpela sobre sus causas.

Empecemos por señalar que no se trata de un fenómeno local, sino universal. En general, las sociedades se han vuelto más agresivas. La violencia doméstica compite con la violencia callejera e irrumpe en las instituciones. Hasta hace unos años nadie hubiera sospechado que las escuelas se convertirían en cuadriláteros de peleas donde se enfrentan padres y docentes mientras los alumnos filman con sus teléfonos el boxeo entre compañeros.

Las salas de urgencias son un escenario de alta tensión. Acuden allí personas con trastornos psiquiátricos o bajo el efecto del alcohol o drogas, con el estrés ocasionado por un cuadro doloroso, por accidentes de tránsito o con frustraciones de origen social, laboral o familiar. Las historias sobre médicos agredidos por pacientes o sus familiares se repiten, pero son una cara de la moneda. Por supuesto que también hay causas atribuibles a los médicos.

El maltrato verbal, el poco tiempo dedicado a escuchar al paciente y la creciente incorporación de profesionales provenientes de facultades de bajísimo nivel académico están en la raíz de las quejas de los pacientes.

Allí, en la sala de urgencias de los hospitales, se miran frente a frente un enfermo cansado de esperar una eternidad y un médico agotado que se encuentra en la primera línea de un sistema de salud africanizado, sin insumos mínimos e inficionado por la politiquería. Ese paciente aprendió que tiene derechos y los exige con vehemencia. El médico es la vulnerable primera cara que ofrece el Estado con la peor salud pública de la región. Pero, ¿le sirve de algo este argumento a un médico de guardia que tiene enfrente a un paciente furioso y vociferante que hace cuatro horas espera ser atendido?