Uno de los problemas culturales principales que enfrenta nuestro país es la improvisación. La falta de políticas de Estado, de programas y proyectos a mediano y largo plazo es frecuente y tiene su impacto. Y en el caso que exista alguna, es muy probable que no sea tenida en cuenta; es letra muerta, puro formalismo. La verdad es que estamos acostumbrados a apagar incendios, a vivir el día a día. Se trata de una práctica que llega a todos los niveles, desde el personal hasta el institucional y el público.
Esta semana, la ANDE anunció que nuevamente se viene un verano con cortes de energía eléctrica; es decir, con apagones y jornadas de 40 grados sin ventilador ni aire acondicionado, como mínimo. Los motivos: la falta de inversiones para mejorar su desfasada infraestructura, y las trabas de vecinos que impiden la construcción de subestaciones en sus respectivos barrios.
Y aquí surgen varias preguntas: ¿Qué medidas paliativas se planificaron para esta coyuntura? Ante lo que se viene ¿Tiene la ANDE acciones o inversiones de emergencia para enfrentar el largo periodo de calor o simplemente espera que la gente lo soporte como siempre lo hizo? ¿Es suficiente y bien asesorado este “trabajo con vecinos” que realiza la Administración con el fin de destrabar el rechazo ciudadano?
Más allá de la falta de recursos o la negativa de los habitantes de barrios capitalinos, ya sea por temor a la contaminación de los campos electromagnéticos o la depreciación de sus inmuebles, lo concreto es que la ANDE no puede quedarse con los brazos cruzados e intentar improvisar cuando llegue el pesado verano. No corresponde anunciar frescamente que habrá cortes por culpa de otros, para luego sentarse cómodamente en un despacho con aire acondicionado. Si los vecinos rechazan el proyecto, y las negociaciones no prosperan, y no hay manera de llevarlas adelante, pues la estatal de electricidad debe ejecutar planes alternativos, aunque ello implique un mayor costo, o solo se trate de medidas temporales. Aquí no solo hablamos de comerciantes que tendrán pérdidas millonarias y deberán tirar sus productos –como ya ocurrió este año en el Abasto– sino también de hospitales y hogares de niños y ancianos, entre otras tantas personas vulnerables al calor. La realidad se impone. A la gente no le interesan las justificaciones, por más ciertas o técnicas que sean. La población urge soluciones y eso solo es posible tomando con absoluta seriedad sus necesidades y reclamos, lo que a su vez, implica necesariamente, ponerse por un instante en la piel del semejante.