Paradójicamente, uno de los sitios donde más emigrantes de ese país se concentran es la esquina de la calle Mario Homem de Melo y la avenida Venezuela, un neurálgico punto de esta ciudad del norte de Brasil que en los últimos meses recibió unos 2.500 venezolanos.
En esa esquina, bajo el calor justiciero del mediodía o en medio del caos de tránsito que se desata al caer la tarde, al menos una decena de jovencitos venezolanos se lanza sobre los parabrisas de los automóviles y los enormes camiones que se detienen en el semáforo armados de botellas de agua e instrumentos de limpieza.
Son chicos y chicas de entre 18 y 28 años, pertenecen todos a una misma familia que llegó a Boa Vista desde la ciudad nororiental de Maturín y que, como la mayoría de los venezolanos que ha emigrado al norte de Brasil, lo han hecho huyendo de la escasez y el hambre.
“Allá no conseguíamos trabajo, ni comida ni nada. Aquí tenemos un poco de todo eso”, dijo a Efe uno de los más mayores del grupo, que pidió anonimato, pero explicó que los ocho o diez miembros de la familia que trabajan en ese semáforo obtienen cada día unos treinta reales. efe