Esto de trabajar o estar en los medios genera siempre un curioso fenómeno social. Uno termina formando parte de la vida de otras personas sin que jamás las hayamos conocido. Estás en su tele al mediodía durante la comida, o compartís sus mañanas desde la radio mientras trabaja en la oficina, arregla cubiertas en el taller o cocina el guiso para el almuerzo. Y te odian y te aman de a ratos, según lo que digas coincida o no con sus ideas y con su particular visión del mundo y de las cosas.
Te pasa luego que en cualquier lugar siempre hay alguien que se te acerca y te tutea familiarmente y te cuenta alguna penuria, alguna molestia o te pregunta sobre los grandes misterios del universo como si nosotros tuviéramos acceso a la biblioteca de los secretos del mundo y del poder.
Lo cierto es que ese efecto colateral del trabajo, que la gente te conozca, supone en un escenario distinto, el de la política, una ventaja formidable. El primer desafío titánico para cualquier aspirante a un cargo electivo es alcanzar notoriedad, a como dé lugar. Podés ser el mejor legislador del planeta, pero si no te conocen será casi imposible retener tu banca.
Miren el caso de Portillo que desde que se convirtió en show mediático arrasa en cualquier elección. Esto explica por qué desde hace ya un buen tiempo los políticos, sabedores de este fenómeno, buscan personajes mediáticos para encabezar sus listas y colarse detrás de ellos. Lo que hasta ahora no había visto tan desembozadamente es lo que ocurrió con el diputado Cornelius Sawatzky.
Hombre conocidísimo en su zona y necesitado de financiamiento acordó con uno de sus potenciales aportantes, Ulrich Stahl, renunciar y cederle la banca a mitad del periodo por cerca de 400 millones de guaraníes. Ulrich, quien fue apuntado como suplente, presentó a la Cámara la nota de renuncia sin fecha suscrita por Cornelius antes de las elecciones y el acta del acuerdo firmada ante una escribanía.
El documento inaugura una nueva forma de comercio, la compraventa de periodos en el poder. Los mediáticos se estarán frotando las manos. Debe haber ya un precio base para vender la suplencia y un plus variable según cuánto tiempo de poder quiera comprar el financista. El periodo a ser negociado puede ir desde el día siguiente de la proclamación (el titular renuncia apenas es proclamado) hasta el último año de mandato, o los últimos tres meses, o incluso la última semana.
¿Cuánto podría pagar un vice por sentir el placer de ser presidente por un año, o un suplente para ser legislador, cuanto menos, unos meses?
Ahora, se preguntará usted qué pasa entonces con el principio democrático según el cual usted elige a UNA persona determinada para que le represente por un periodo determinado.
No tengo idea. Pregúntele a Sawatzky.