25 abr. 2024

Vender continuidad o el cambio

Luigi Picollo Vicepresidente del Club de Ejecutivos

Luigi Picollo

Luigi Picollo

En una disputa electoral como estamos ahora, la economía puede ser rehén de las estrategias para captar votos. La estrategia más básica de cualquier campaña es vestir al candidato con el argumento del “cambio”, que represente esa esperanza y sea el cambio por el cambio mismo. Esta idea actúa sobre la creencia popular de que un candidato es la respuesta a todos los males, y un periodo presidencial es tiempo suficiente para solucionar cualquier problema que perciba el elector. Las personas siempre piensan que les pudo ir mejor y algún margen de insatisfacción sobrevive. Entonces votar por el cambio es algo inmediato y mágico, en lugar de la aburrida ecuación “resultado es igual a esfuerzo por tiempo”.

La realidad es que para progresar un país necesita estabilidad, consistencia de políticas económicas y de desarrollo a través del tiempo, así como de leyes y acuerdos que consistentemente se respeten. La tasa de interés debe moverse en un rango conocido, la tasa de cambio en una franja previsible. Debemos pagar nuestra deuda externa, cumplir con la responsabilidad fiscal con presupuesto del Estado equilibrado, mantener las mismas alícuotas de impuestos. Por tanto, vender “consistencia en el tiempo” es un argumento hasta aburrido. Más de lo mismo.

La construcción de un país es un proceso que dura mucho más que la vigencia de un candidato. El que diga otra cosa no entiende el verdadero proceso de lo que supone construir para perdurar. No es honesto hacerle creer a la gente que un solo gobierno puede crear desarrollo. Es como pensar que una profesora dictando una materia puede definir el destino de un niño.

Nuestro proceso de “desarrollo económico” tiene que estar blindado. Y ser independiente de las mentiras que vamos a escuchar en este periodo de promesas maravillosas imposibles de cumplir. Afinemos la oreja para identificar lo que el candidato va a mantener en ejecución, en vigencia, con independencia de quién o qué color lo haya implementado anteriormente. Esta práctica folclórica de desarmar y descontinuar todo lo que hizo el anterior es muy dañino para nuestra economía. Cuando construimos un edificio, fundamos una empresa, firmamos un contrato, fidelizamos un cliente, es para que perdure por décadas. Lo mismo sucede con un país. Más aún ahora que estamos integrados al mundo, con bonos soberanos a largo plazo, por lo que nuestra estabilidad depende de que nos refinancien y hasta nos presten más dinero para sostener la inversión en desarrollo.

El empresario necesita que las reglas del juego se mantengan en el tiempo. Si el Estado no fuese capaz de hacer nada más que mantener las mismas reglas del juego, sería suficiente para permanecer en el camino del progreso en el que ya estamos actualmente. En los países desarrollados, el “teatro electoral” no afecta la inversión ni confunde al mercado. Si hay algo sagrado, es mantener una atmósfera propicia para los negocios. El resto es un side-show para el ignorante que se lo crea.

Si podemos resumir en una concisa idea lo que debería de ser el objetivo del próximo presidente, es exigirle que lleve a Paraguay a la calificación de “grado de inversión”. Para llegar a esto, la percepción externa deberá ser consistentemente constructiva, con un sostenible crecimiento, a pesar de la volatilidad del entorno, y una prudente política macroeconómica. Todo el resto vendrá por añadidura. El mundo exterior juzga de forma pragmática y objetiva, por lo que conminará al presidente electo un obstinado nivel de seriedad y credibilidad. Así que las promesas incumplibles ni adentro y menos afuera tendrán alguna incidencia.