El 60% de la población paraguaya representado por unos jóvenes de colegio han zapateado a favor de una mejor educación. Le pidieron lo mismo a la ahora ex ministra en setiembre del año pasado y las promesas no fueron cumplidas. Se enojaron y con razón. No era mucho lo que pedían tampoco, pero desde el MEC subestimaron el enojo ciudadano contra la educación.
No participaron políticos porque la desconfianza hacia ellos es grande y, finalmente, la interpelaron detrás de los barrotes del colegio República Argentina. Casi una metáfora de la situación educativa nacional. Los adherentes de la ex ministra reconocieron que ella había prometido cosas que no había cumplido, que la educación en general era desastrosa hasta culminar con la afirmación contundente de la ex jefa de la renunciada ministra –la ahora senadora Blanca Ovelar–, quien la calificó de incompetente por no usar los recursos disponibles para formar a los docentes. En fin, todo mal incluida la participación en la crisis de la oenegé Juntos por la Educación, que fuera torpedeada seriamente desde dentro del MEC por su proyecto piloto en Caazapá.
Las propuestas. Primero, es bueno que estemos en crisis. Los resultados de la reforma educativa muestran un fracaso abierto y contundente. Los números reflejan dichos resultados y obligan a una autocrítica profunda. Sin buscar culpables –aunque ese sea un pasatiempo cultural paraguayo–, lo han hecho mal y alguien debe decirlo. Hay que reprogramar todo. Desde el presupuesto asignado, la malla curricular pasando por el mecanismo de selección de los maestros y concluyendo en las cuestiones de infraestructura. El más poderoso ministerio del Estado paraguayo no puede seguir siendo la Cenicienta del sistema administrativo paraguayo. No puede no pagar el costo de un edificio que los congregue a todos con lo que gasta en alquileres de manera anual. No debe seguir invirtiendo menos del 3% del PIB anual cuando ya los bolivianos han superado el 8%. Hay sectores económicos que deben comprometerse más con la educación pagando impuestos justos y adecuados.
La educación debe ser una causa nacional y crear una gran alianza de todo el arco social paraguayo. El tamaño del problema excede a un gobierno y a un partido. Los maestros están desmoralizados, los alumnos frustrados y los buenos administradores decepcionados. Hemos hecho mal la tarea. Los colegios públicos no solo muestran el abandono y la desidia, sino que reflejan el desplome de un modelo fracasado que requiere ser mejorado. No podemos seguir así y los jóvenes presienten con claridad que si algo no se hace pronto y rápido serán parte de la primera generación de paraguayos que no superará a sus padres. Si la democracia es un sistema político de oportunidades y la educación es la que abre esas posibilidades, no es correcto que cerremos por mediocridad, incompetencia, vanidad o corrupción las puertas de un futuro que ya lo vivimos y que afectará aún más a todos.
El Paraguay seguirá siendo país en la medida que tengamos una educación a la altura de las demandas de un mejor futuro; de lo contrario, seguiremos viendo cómo la pobreza, la corrupción, el crimen y la indignidad nos pasan la factura como sociedad. Creer en el país es amar a su pueblo y la educación es una muestra de capacidad de entender por donde pasa el futuro de esta nación.
Vamos por más... y vamos por lo que realmente importa, y para eso necesitamos zapatear entre todos al mismo tiempo.