La situación de violencia armada como de violencia social genera una reacción de miedo. Si no tenemos la madurez emocional para controlar ese miedo, baja rotundamente el nivel de análisis sobre la realidad que vivimos.
Como consecuencia, ese bajo nivel de análisis nos lleva a tomar malas decisiones que no resuelven el ciclo de violencia y nos mantienen atrapados en un estado primitivo de resolución de conflictos.
Ejemplos de poca madurez emocional e intelectual hemos visto en las últimas semanas. Senadores invocando que vuelva Stroessner de su tumba para resolver nuestros problemas o culpando a organizaciones de derechos humanos de que el EPP siga descontrolado, nos indican que con el cargo no necesariamente llega el discernimiento.
El Ejecutivo –en lugar de reconocer que no está sabiendo resolver el conflicto del EPP– decide señalar a ministros y a partidos políticos de gobiernos anteriores a través de fotos y conexiones vacías de análisis que solo sirven para que hurreros compartan en sus redes sociales como verdad científica. No entienden que cuando se controla el poder, se les paga no para señalar culpables, sino para encontrar soluciones.
La oposición tampoco fomenta un análisis profundo. Simplemente busca aprovechar el contexto de inseguridad para ganar adeptos posicionando discursos grandilocuentes de figuras políticas que no proponen alternativas innovadoras hacia la construcción de una cultura de paz.
Mientras estamos distraídos en acusaciones entre militares y guerrilleros, ricos y pobres, gobierno de turno y oposición, político tal o cual, nuestra ya frágil democracia está siendo violentada por distintos costados.
Si la violencia social y armada continúan, corremos el riesgo de que un pueblo miedoso recurra a líderes mesiánicos autoritarios y populistas, ya sea de izquierda o de derecha. No esperemos llegar a esos extremos. Aprendamos de la trágica experiencia de Colombia que ahora, después de muchos años de violencia, ha firmado un acuerdo de paz que esperemos sea definitivo.
Todavía estamos a tiempo de rescatar a nuestra democracia. Todavía podemos educarnos para entender que los derechos humanos son requisitos fundamentales para vivir plenamente como ciudadanos en un sistema democrático.
La educación para la democracia es una de las principales tareas pendientes para el desarrollo del país. Para ello, necesitaremos de profesionales en distintas áreas, pero sobre todo en las ciencias sociales, como politólogos, sociólogos, antropólogos, entre otros, que podrían ayudarnos a entender mejor la democracia y encontrar maneras de cuidarla y mejorarla continuamente.
Necesitamos diversificar la oferta de profesionales y orientarlos hacia tres objetivos principales: a. el fortalecimiento de la democracia y de nuestras instituciones, b. la dinamización de un mercado abierto, justo e innovador y c. la sostenibilidad ambiental de nuestros ecosistemas y del planeta. Cuidar nuestra democracia y crear una cultura de paz requiere de una Fuerza de Tarea Democrática. Empecemos a organizarnos en los hogares, en las escuelas, en el trabajo y en nuestros grupos sociales para encontrar juntos las soluciones. La democracia se mejora practicándola.