Escribió alguna vez nuestro laureado Augusto Roa Bastos, con la maestría propia de los hombres que tienen ese admirable dominio de la palabra, pero también con el cabal conocimiento de la casta a la que pertenecía, que “la fauna de los literatos es la que produce los ejemplares más auténticos de un feroz narcisismo. Solo les interesa vivir su nada triunfal en la glorificación de sus admiradores”.
Dijo él una gran verdad, pero creo que subestimaba la capacidad de envanecimiento de la estirpe periodística. Hecha, desde luego, la salvedad de que nuestro genial escritor considerara a esta última un subgénero del linaje literario.
Y qué otra cosa podría pensarse si se observan y analizan las insólitas derivaciones que tuvo el muy mentado encuentro secreto del presidente Horacio Cartes con un grupo de periodistas, con el que efectuó una suerte de balance de su primer año de gestión.
Ningún comunicador –aquí o en Japón– dejará de asistir bajo ninguna circunstancia a una reunión con quien encabeza la administración política de un país. Todo lo que este diga constituye, claro está, objeto de consideración para quien está llamado no solamente a informar los sucesos de la realidad, sino a interpretar la forma en que los hechos se registran y el influjo que ejercen sobre la sociedad.
Quede, no obstante, constancia de que se han formulado interesantes reflexiones éticas sobre el tema, pero, a fuerza de ser honestos, es preciso destacar que la furibunda reacción de la mayoría que no participó en el almuerzo tuvo su explicación en el despecho por no haber estado presente en el convite más que en consideraciones de otra índole.
Estimo desde luego notable y digno incluso de sorpresa, que el encuentro mereciera hasta un comunicado del mismísimo Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP). Una elucubración altisonante en la que se cuestionó la postura ni más ni menos que de ¡sus propios miembros! Tomé, sin embargo, como algo lógico que desde ciertos sectores políticos se intentara echar leña al fuego; al fin de cuentas, una de las principales funciones de todo buen operador partidario es capitalizar la crítica al poder.
Lo que sí pareció ya un poco más lamentable fue que se buscara involucrar a toda la sociedad en un debate mezquino, que tuvo su origen no en un legítimo interés por mantenerla al tanto de los asuntos que son de su incumbencia, sino en la veleidad que es propia de una fauna narcisista y envidiosa.