“Me he ganado el pan”. Con esta frase indefectiblemente César González Páez cerraba su página y su jornada en aquellos años en que compartimos la aventura del periodismo cultural en el diario Última Hora. Con la certeza del deber cumplido, salía a paso lento de la redacción rumbo a algún rincón de esta Asunción que lo cobijó como un hijo más a pesar de su añoranza por su Córdoba natal.
El mismo año que ingresé al diario también se lanzó su primer libro, Concierto de cuentos (1998), narraciones que hablan de lo cotidiano, de mundos mágicos, con tramas que rozan la fábula por su brevedad. Poco a poco, iba también leyendo los cuentos de su siguiente libro, Jarabe de cuentos (2005), lanzado al año siguiente de haber dejado yo la redacción. Cuando llegué César ya estaba hacía rato, y cuando me fui se había quedado siguiendo con esa su segunda pasión que era el periodismo.
“Somos la mitad de lo que creemos que somos y nos completamos con lo que los demás piensan de nosotros”, se afirma al final de su cuento El egómetra. Qué creía Cesar que era él jamás lo sabremos, pero la otra mitad que la ponemos nosotros creo que coincide en que era un cabal poeta. La narrativa era un mundo en que entraba a jugar distendidamente, pero era la poesía su verdadera vocación. Toda su redacción era poética siempre.
Recuerdo que se ufanaba de ser un gran titulador. Cada vez que cerraba un texto acudía a él para que me ayude con el título; leía lo que escribí e inmediatamente soltaba el título adecuado. Era bello verlo jugar con las palabras. Mucho tiempo después entendí que era su don de poeta lo que marcaba la diferencia.
Su salud empezó a jugarle malas pasadas cuando aún éramos compañeros. Jamás olvido cuando me dijo que los sabores eran más auténticos ya que le habían suprimido la sal de su dieta. Por su CPU había pegado la palabra “Iracundo” en letras gigantes, como para ahuyentar a los impertinentes. Era su sentido del humor que con el tiempo mostraba que todo poeta siempre encierra un niño travieso.
El único libro de poemas que leí de él, Luna de menta (2005), dice en uno de sus versos: “A la eternidad qué le importa esta gota de existencia que le gasto”. César era huraño, pero le importaban muchas cosas; su última etapa en Última Hora, como columnista de los días lunes, lo demuestra.
“Y así me fui de este mundo como un alegre fugitivo que no puede esperar por esperar. Ebrio de camino te dejé un adiós fosforescente”. Ciertamente se fue César, pero le tomamos la palabra de otro verso: “Pienso regresar, ignoro en qué sustancia, he de crecer como la hierba del verano bajo un joven y delicado cuerpo recostado que nada sabrá de la oscura muerte”.