Así definió Hugo Vigray lo que está pasando en Paraguay y me dejó pensando, lo que no siempre sucede. Primero cayó el techo de un colegio de Lambaré sobre los alumnos que estaban en clase. Fue un milagro que ninguno muriera. El ex intendente y actual candidato a una segunda reelección intenta explicar que no tiene la culpa. Si la estructura de ese techo tuviera la dureza de la cara de Roberto Cárdenas, resistiría a cualquier terremoto.
Dice Cárdenas que aquello fue un accidente y no se puede juzgar su gestión por ese hecho. Tiene razón a medias, porque le pasó lo mismo que al rector Froilán con su secretaria, Tatiana. Un episodio –quizás menor– que saltó a la luz permitió reflotar antiguas denuncias que revelaban una pantagruélica trama de corrupción. El “accidente” de Lambaré hizo que se rememorara una extensa lista de irregularidades atribuidas a Cárdenas desde hace una década.
Cárdenas tuvo la mala suerte de que ocurriera en plena campaña electoral, pero quizás pueda seguir apostando a que el electorado lambareño continúe siendo fiel a su sólida tradición masoquista.
Pero luego siguieron ocurriendo incidentes similares en escuelas de San Juan Bautista, Carapeguá, Villa Hayes y Loreto. En todo el país, enviar a los hijos a la escuela se convirtió en una decisión riesgosa. Esos derrumbes llevaron a que se examinara el estado de otras construcciones educativas. En muchos casos, las constataciones fueron asustadoras: materiales de mala calidad, rajaduras y terminaciones de cuarta categoría.
Así se gastaron el dinero del Fonacide los señores intendentes. Más de 150 jefes comunales del total de 249 municipios ni siquiera se tomaron el trabajo de rendir cuentas sobre los fondos recibidos. Pero la plata sí la usaron, en muchos casos para enriquecerse personalmente. ¿Sabe usted cuántos de ellos están presos? Acertó, ninguno.
Miles de niños ingresan todos los días a edificaciones escolares de miserable calidad para recibir las enseñanzas de uno de los sistemas educativos más deficientes del mundo, según respetables indicadores internacionales. Y nadie es culpable de esta situación de derrumbe institucional.
Pero luego continuaron ocurriendo incidentes similares en lugares no vinculados a la educación y mi teoría del derrumbe educativo tambaleó. Se cayó el techo de un supermercado en San Lorenzo y la pared de unas obras del Mercado 4. Sí, algo le está pasando a este país tan poco sísmico.
Hubo, por último, un episodio curioso. En Ñemby, se derrumbó la carrocería de un camión que transportaba latas de cerveza. Movidos por un inmediato ánimo solidario y a riesgo de su propia vida, centenares de transeúntes colaboraron en su recolección, dejando en minutos la calle libre de escombros. En medio de tanta mala onda, reconforta ver ese formidable y altruista espíritu ciudadano.