¿Y es que eso no existió siempre? Sí, pero ahora más que nunca se da un choque entre las expectativas de la gente y la realidad “tolerable”. La gente está más informada que nunca y usa esa información para juzgar y tomar partido, elige o desecha ideologías, productos, servicios u organizaciones donde trabajar. Ya no se conforman con la eficiencia, los mitos de calidad o el peso del tamaño para sentirse seguros al optar por un producto, marca u organización, les interesa saber quiénes son y cómo se comportan las personas que están detrás. Las lealtades son cada vez más efímeras, duran solo mientras las personas sienten que la conducta de la organización está de acuerdo con sus expectativas y valores.
Hay tantas otras opciones…
Hay cada vez más conciencia social, medioambiental y ética. La información viaja a altas velocidades y con total libertad. Todos los esfuerzos de márketing y calidad que no sean congruentes con las acciones de la empresa y de sus líderes, están vacíos de sentido, y lejos de fidelizar despiertan desconfianza, recelo y alejamiento.
Grandes conglomerados más poderosos que algunos países, acostumbrados a confabularse con gobiernos para ocultar gigantescas irregularidades, han perdido el poder, porque está demostrado que una sola persona desencantada puede destruir todo viralizando una información clasificada. O la dura lección que aprendió Apple, cuando en el 2011 falleció Steve Jobs la marca perdió su principal propuesta de valor que era la reputación de su ceo como líder en innovación, y las ventas cayeron estrepitosamente.
Así es como hoy puede tener más poder un periodista de investigación, un empleado insatisfecho, o un cliente defraudado que la trayectoria, el poder económico o la reputación de una marca. Lo construido en décadas se puede destrozar en segundos. Como ya nada se puede ocultar, lo único que resta es la verdad y la trasparencia y la consecuente buena reputación, que no es un valor nuevo, pero que adquirió un nuevo valor.
El nuevo liderazgo requiere comprender que hoy ya no es suficiente hacer bien las cosas, es necesario que clientes, inversores, empleados y la comunidad lo reconozcan, y les premie con su preferencia. Ya no se trata tanto de que lo hagas, de lo que vendas, o de cómo lo fabricás, sino de quién seas.