Una de las principales características de este Año Santo Extraordinario, que concluyó, fue su aspecto global, que responde al deseo del Papa de impulsar “el tiempo del Gran Perdón” por todos los rincones del planeta y descentralizarlo de Roma. Por esa razón inauguró el Jubileo una semana antes de su inicio oficial al abrir la primera Puerta Santa, símbolo de indulgencia, en Bangui, la capital de un país, República Centroafricana, alejado de la Santa Sede y martirizado por numerosos y cruentos conflictos. El gesto que el Papa realizó en el corazón de África se repitió en muchos lugares del planeta, ya que por primera vez santuarios, catedrales o simples iglesias abrieron sus propias puertas para ofrecer a sus fieles indulgencia sin necesidad de peregrinar a Roma. En esta línea, la de generalizar el perdón, Francisco envió a más de 1.000 sacerdotes, conocidos como “misioneros de la misericordia”, a recorrer las diócesis del mundo y absolver los pecados de la gente, incluso los considerados más graves como el aborto. El Jubileo del Papa estuvo respaldado además por el recuerdo de importantes figuras de la Iglesia Católica, como el Padre Pío o San Leopoldo Mandic, cuyos restos mortales fueron expuestos en la basílica de San Pedro. Presidió celebraciones jubilares dedicadas a inmigrantes, a familias, al propio clero y la Curia, a enfermos y discapacitados, a jóvenes y a encarcelados e impulsó la vigilia para secar las lágrimas y dar aliento a quien sufre. En este tiempo expresó su esperanza por los jóvenes, les instó a levantarse y construir un futuro mejor y sorprendió al personarse en la plaza de San Pedro para confesar a adolescentes como cualquier otro cura.