Si por algo se caracteriza el Gobierno actual es por su excesivo conservadurismo. Con Horacio Cartes nada sorprende, todo es previsible. Se viene limitando su administración a preservar el statu quo, a mantener, inalterables, las añosas formas de vida colectiva. Le tiene miedo al cambio, sobre todo cuando este se produce de forma intempestiva.
Algunos ejemplos. Ningún cambio trascendente se ha registrado en el transcurso de los últimos 365 días en materia de reforma agraria. Conste, para más señas, que somos uno de los países con mayor concentración de tierras en manos de muy pocos. Sin embargo, en esta materia poco y nada ha sido modificado.
Otro caso. Ninguna transformación se produjo tampoco en materia tributaria. Sigue intacta la misma matriz injusta y regresiva de siempre, con una alta concentración de impuestos indirectos, que es mayor presión sobre los sectores menos favorecidos, y una bajísima o nula carga de impuestos directos.
Ni hablar, desde luego, de gravar con más impuestos a los poderosos de la soja, representantes de la patria “productiva”, siempre tan diligentes a la hora de reclamar beneficios, pero tan avarientos a la hora de compartir utilidades.
En la política internacional tampoco se ha registrado ninguna sorpresa digna de ser mencionada. El esquema de relacionamiento tradicional que privilegia las relaciones mendicantes con Taiwán y desprecia una vinculación comercial y de inversión con China Popular sigue igual de vigente como en la vetusta era de la Guerra Fría, cuando Alfredo Stroessner mantenía relaciones carnales con los regímenes más nefastos del planeta.
Desde luego, ni mencionar la posibilidad de que el Paraguay se ponga al día con temas de vanguardia en lo social –como sucede en los países que conforman nuestro entorno geográfico–, como la despenalización de las drogas, del aborto o el matrimonio igualitario. ¡Dios nos libre y guarde! Eso queda reservado para gente “original” como el “alelado” de Pepe Mujica, que se le da por practicar temas tan exóticos como ese de llevar una vida austera, al margen de los privilegios que le ofrece su condición presidencial.
En fin, por lo que resta del presente quinquenio –cuatro largos y sufridos años– seguiremos viendo más de lo mismo. El déjà vu de un inmovilismo político e ideológico plantado en la médula dorsal de nuestra identidad nacional por un despotismo secular que nos mantiene atados al lado equivocado de la historia.