24 abr. 2024

Un fraude con olor a futuro

Por Mario Rubén Álvarez – alva@uhora.com.py

Mario Rubén Álvarez

Mario Rubén Álvarez

El fraude en los exámenes de la escuela, el colegio, la universidad y otros espacios en los que hay que demostrar si se sabe o no determinada materia, cuenta con un largo historial en el Paraguay.

Cuando ni siquiera se soñaba con el alud tecnológico de la comunicación a través del teléfono, había alumnos muy lentos para estudiar o para comprender lo leído, pero muy rápidos de ingenio para disimular su pereza o su carencia de materia gris.

A los elementos auxiliares —es decir, los que aparecían como auxilio premeditado en los exámenes de Castellano, Trigonometría o Latín, por rememorar asignaturas de la secundaria— se los llamaba copiatín o machete.

Lo que atesoraban los arrugados papeles casi invisibles que escondían letras más invisibles aún era lo fundamental. Era la síntesis de la síntesis de la síntesis. Una especie de arandu karaku suficiente para pasar raspando la prueba.

Su uso eficiente era un arte mayor que muy pocos cultivaban a la perfección. Muchos eran pillados con las manos en el papelillo que en vez de salvarlos los condenaban a un cero inapelable.

Copiar de otros alargando el cuello o exigiendo a la vista esfuerzos inusuales, era un arte menor. Allí, además del fraude, había hurto del conocimiento ajeno.

Con el correr del tiempo llegaron las multicopias vía stencil y, mejor aún, las fotocopias. Entonces los instrumentos artesanales declinaron. Solo había que disponer de dinero y un funcionario corrupto para acceder al cuestionario de examen.

Los que recurrían al fraude eran prototipos humanos preparados para engañar, que no miraban los medios, sino el fin. El propósito era aparecer como conocedores de la materia cuando en realidad eran burros de 7 orejas. La cosa era pasar el examen a toda costa, a cualquier precio.

En la era de la tecnología de la información, el fraude conserva su esencia —engañar a los profesores y mentir a la sociedad—, pero usufructúa los beneficios de la comunicación globalizada. Así lo demuestran los alumnos de la Escuela Judicial que compraron las preguntas y las respuestas del examen que debían dar el 18 de febrero pasado.

El WhatsApp les vino como alumno al fraude.

Atendiendo al contexto del Poder Judicial, los tramposos aspirantes a jueces y fiscales obraron en un presente cultural con valor de futuro: cuando lo sean, ejercerán la mentira sin necesidad de pagar 1.500.000 guaraníes.

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