Esta causa es la de Jesús de Nazaret y la de los mejores seres humanos que han vivido.
Muchos de estos no llegaron a conocer a Cristo, pero desde hace 21 siglos los que tenemos fe religiosa en Él y decimos seguirle de verdad, abrazando su causa, nos llamamos cristianos. Con otros, sin esa fe, pero con la misma causa, somos compañeros de ruta. Estamos todos comprometidos.
El primer consejo es una llamada de atención. “No dejen que los hijos de las tinieblas sean más listos que los hijos de la luz”.
Es una reconvención que nos avergüenza, pero que es necesario hacérnosla. Hay personas que en causas menos importantes viven más entusiasmados (eventos deportivos), trabajan con más perfección (empresas mercantiles), se preparan mejor (universidades para grandes carreras), que en su compromiso con la causa del Dios de Jesús. ¿Por qué?
El segundo consejo es un aviso de sentido común. “El que no es honrado en lo pequeño tampoco en lo grande será honrado”.
El ser coherente entre lo que se piensa y hace en nuestra vida tiene gran importancia para la realización del compromiso en la causa del Dios de Jesús. Los que decimos que servimos al pueblo debemos de ser honrados hasta en lo más pequeño. Por no serlo, últimamente, se han arruinado causas sociales muy justas.
El tercer consejo es un dilema capital “No pueden ser servidores de Dios y del dinero”.
No se pueden servir dos causas diametralmente opuestas. Dios y el dinero. No puedes comprometerte para que no haya pobres si vives creándolos con la riqueza.
Tres consejos para los comprometidos: Entrega total, no corrupción ni en lo pequeño, servir solo la causa de Dios: Los pobres.