24 abr. 2024

Tras seis años de guerra, los refugiados sirios hacen de Turquía su hogar

Kilis (Turquía), 6 may (EFE).- Rodeados de alambre de espino y a pocos cientos de metros de la frontera turco-siria, Riyem y Waddah sueñan con volver a un país que abandonaron recién comenzada la guerra, pero asumen que su vida en un campo de refugiados en Turquía se ha convertido en su presente y, seguramente, en su futuro.

Un niño juega a la entrada de uno de los 3.184 contenedores de 21 metros cuadrados que son el hogar de 15.411 personas, casi 9.000 de ellos menores de edad, en el campo de refugiados de Oncüpinar en el sudeste de Turquía, zona kurda, y una de las regiones

Un niño juega a la entrada de uno de los 3.184 contenedores de 21 metros cuadrados que son el hogar de 15.411 personas, casi 9.000 de ellos menores de edad, en el campo de refugiados de Oncüpinar en el sudeste de Turquía, zona kurda, y una de las regiones

El contenido de su vida es el mismo. El idioma, distinto.

Riyem, de 20 años, ataviada de pies a cabeza de un luto integral del que solo sobresalen su rostro y sus manos, relata en un turco correcto pero no fluido que los primeros dos años como refugiada en Siria no quiso aprender la lengua de su país de acogida porque pensaba que su estancia sería temporal.

Waddah, que tiene 19 años, explica en un inglés que ha aprendido viendo películas bajadas de internet que aún no ha aprendido turco, a pesar del lustro pasado desde que huyó junto a su familia de Siria.

Asume que es un error, porque eso le impide acceder a la Universidad, como Riyem en Gaziantep o como su propio hermano, que estudia Económicas en Ankara.

“Un día quiero volver a Siria para reconstruir mi país, pero sé que no va a ser algo inmediato. Ahora, mi casa es aquí”, afirma.

“Claro que me gustaría volver, pero no puedo olvidar ni lo que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha hecho por nosotros, ni tampoco lo que el mandatario sirio, Bachar al Asad, ha hecho contra sus ciudadanos”, sostiene Riyem.

Ambos son originarios de Idlib, en el norte de Siria, y ambos residen desde hace más de cinco años en el campo de refugiados de Oncüpinar en el sudeste de Turquía, zona kurda, y una de las regiones con más refugiados del país.

En Kilis los solicitantes de asilo sirios han superado en número a los 90.000 habitantes de la ciudad.

En los primeros años, el Gobierno turco no pensó que el conflicto se fuera a enquistar y por eso, al principio, no proporcionó clases en lengua turca a los refugiados.

Actualmente, las bien dotadas escuelas primaria y secundaria de Oncüpinar ofrecen las aulas en turco, aunque también se enseña en árabe y se dan clases de inglés.

Waddah y Riyem viven con su familias en uno de los 3.184 contenedores de 21 metros cuadrados que son el hogar de 15.411 personas, casi 9.000 de ellos menores de edad.

Waddah solo debe compartirlo con sus padres, mientras que Riyem convive con seis familiares.

El espacio está impoluto: cortinas en las ventanas, alfombras en el suelo, todo en un tono crema que contrasta con el blanco oxidado del exterior de los contenedores.

Los dos pueden considerarse afortunados, sus padres trabajan.

El padre de Waddah es asistente de un doctor en Kilis, su madre estudia en la Universidad; el padre de Riyem ha hecho del hobby de construir mosaicos su empleo y su madre es costurera.

Ninguno de los dos puede decir si sus progenitores tienen un contrato completamente legal, si sus empleadores pagan las cotizaciones sociales y ellos los impuestos correspondientes.

De los 3 millones de refugiados sirios que viven en Turquía, sólo unos 7.000, según cifras oficiales, trabajan legalmente.

“Fue un gran logro el que se les concediera a los sirios el derecho a trabajar legalmente en Turquía, pero, en la práctica, muy pocos lo hacen”, dijo a Efe Selin Unal, portavoz en Turquía del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Turquía no solo les ofrece a los refugiados sirios trabajar, sino también les proporciona la nacionalidad.

Riyem y su familia obtuvieron la nacionalidad turca esta semana.

“En mi clase en la Universidad hasta ayer yo era la única siria. Ahora ya soy una más”, dijo sonriente.

Siria, no obstante, sigue estando presente en su vida de forma continua vía whatsapp, dado que la hermana mayor de Riyem, que al principio se exilió con ellos, volvió a Idlib para reunirse con quien se convirtió en su marido.

En otros casos, como en el de Hanan, profesora de Waddah, Siria es una realidad cotidiana.

No sólo porque desde la ventana de su aula puede vislumbrar la frontera, sino porque su marido trabaja en el país en guerra como policía del Ejército Sirio Libre y vuelve cada cuatro o cinco días a estar con ella y sus tres hijos.

Aunque su sustento sigue, en cierto modo, dependiendo de Siria, Hanan ha solicitado la nacionalidad turca, “porque ahora Turquía es mi hogar”, responde con una sonrisa.

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