25 abr. 2024

Tolerancia, intolerancia y subsidios

Alberto Acosta Garbarino, presidente de DENDE

La democracia y el estado de derecho que hoy rigen en todos los países modernos y desarrollados fueron productos de revoluciones que derrocaron a regímenes absolutistas que gobernaron durante la Edad Media.

En el absolutismo, el rey recibía el poder de dios y la nobleza era la que gobernaba, en la democracia el poder viene del pueblo y todos son iguales y deben estar sometidos a la ley. La democracia no es sinónimo de anarquía, por el contrario, es el sistema más exigente que existe, porque todos deben cumplir estrictamente lo establecido en la ley.

Esta introducción me parecía necesaria para reflexionar sobre los últimos acontecimientos ocurridos en nuestro país, donde miles de campesinos han marchado por Asunción para exigir la condonación de sus deudas, y como medida de presión, durante semanas han bloqueado las calles ante la mirada pasiva de la Policía.

Esta actitud de nuestras autoridades de tolerar semejante anarquía y violación de leyes que garantizan la libre circulación de personas es una abdicación de su responsabilidad, para cuyo cumplimiento fueron elegidos. Pero así como nuestras autoridades han sido tolerantes con los violadores de la ley, vemos que nuestra sociedad en su conjunto se está volviendo cada día más intolerante con el otro.

Es terrible escuchar en los medios de comunicación y leer en las redes sociales las afirmaciones de líderes y personas de la ciudad descalificar en forma inmisericorde a los campesinos, tratándolos como a una “manga de haraganes, que quieren vivir sin trabajar y recibir el dinero del pueblo”. También es terrible escuchar a líderes y personas de los sectores sociales calificar casi de asesinos a los productores del campo y culparles de envenenar el ambiente y expulsar a los campesinos de su hábitat.

Con esta intolerancia se está instalando en el Paraguay una peligrosa lucha de clases que solamente nos llevará a días de mayor violencia y de enfrentamiento entre hermanos. La tolerancia a los que violan la ley y la intolerancia hacia el hermano que es diferente, no es el camino para solucionar el grave problema campesino.

La solución solamente se encontrará si todos cumplimos la ley y todos deponemos ese lenguaje agresivo y de confrontación. La solución del problema de la pobreza rural y de la casi nula competitividad del pequeño productor agrícola requiere de realismo y de grandeza de todos los miembros de la sociedad paraguaya.

El realismo tiene que indicarnos que nuestros campesinos no tienen ni la educación, ni el capital ni la tecnología para producir competitivamente en una actividad agrícola, que cada día es más demandante de biotecnología y de máquinas y equipos altamente sofisticados. Por eso la actividad de los pequeños productores campesinos no es viable económicamente y es inevitable que cada año tengan pérdidas y que ruidosamente marchen sobre Asunción a pedir subsidios o silenciosamente migren a las ciudades y pasen a integrar los cinturones de pobreza y delincuencia.

Aquí es donde la sociedad debe demostrar grandeza e inteligencia, diseñando un sistema de subsidios que compense las pérdidas que inevitablemente van a tener, y sirva de mecanismo de contención para hacer más lenta la inevitable migración a la ciudad.

Para diseñar este sistema de subsidios, las personas que satanizan al subsidio deben saber que el mismo es simplemente una herramienta de política económica y social. Y como toda herramienta es neutra, es decir, no es buena ni mala en sí misma, todo depende de cómo se la use. Para que sea buena, debe ser planificada, catastrada, con montos y plazos bien definidos y con fuentes de financiamiento identificado, como por ejemplo, son las becas Carlos Antonio López (Becal), que es un subsidio.

Con tolerancia a quienes violan la ley, con intolerancia hacia el otro y con preconceptos sobre el subsidio, por desconocimiento o por oportunismo político, el grave problema campesino solamente se irá agravando.

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