En la calle Chaco Boreal casi Cecilio Ávila existe un lavadero de autos que fue cerrado por violar disposiciones legales. Cerrado es una manera de decir: fue un inspector municipal, recorrió el lugar, trató mal a ciertos vecinos que se acercaron para ver el procedimiento, y se retiró dejando el lavadero tan abierto como antes. El inspector fue porque existían disposiciones municipales y judiciales que ordenaban el cierre del local infractor. En forma resumida, el inspector pudo repetir la frase del conquistador romano Julio César: “Vine, vi, vencí”. Se le olvidó “vencí”. Según los vecinos, frustrados por su conducta, pudo ser “percibí”. Un abogado acompañó al inspector en la tarea de incumplir el mandato de cerrar el local de una vez por todas.
El problema del lavadero, además de estar donde no debe estar, es el de arrojar basuras al arroyo Mburicaó. Para colmo, también funciona como cachacódromo. Tiene una parrillada que, más que parrilla, sirve cantidades industriales de bebidas alcohólicas. Los alcoholizados, en vez de dormir la mona sin molestar a nadie, necesitan gritar hasta la madrugada, con una música de fondo que también es de frente, y de todos los costados, y que no deja dormir al vecindario.
Esto es lo que se llama vanagloria del delito: no se trata solamente de ignorar la ley, sino de que todo el mundo sepa que se la ignora, para que el hecho no pase desapercibido. ¿Se sienten personas más importantes así? No sé. El hecho es que las personas que trabajan necesitan descansar, y no pueden descansar por culpa de los que no trabajan o que trabajan poco. No es muy agotador el trabajo de quienes viven de la infracción, que cada día son más.
Teóricamente, quienes cumplen la ley están protegidos por las autoridades. Las autoridades son las encargadas de impedir los ruidos molestos y las infracciones al orden público. Pero esta es la teoría, que no coincide con la práctica. Los vecinos atormentados por el ruidoso lavadero han organizado una comisión; han pedido el asesoramiento de un abogado; han ido a la Municipalidad varias veces para solicitar que se haga lo que se debe hacer. Sin embargo, el lavadero permanece donde no debe estar, firme como ojo de vidrio, duro como rulo de estatua.
Es una lucha desigual. El infractor tiene todo el día para ejercer su oficio, que le resulta muy placentero. El ciudadano respetuoso de la ley, además de cumplir con sus responsabilidades laborales y familiares, debe emplear mucho tiempo y dinero para reclamar sus derechos. Por lo general, gana el infractor. Y así Asunción se ve invadida de locales que prosperan mediante las actividades ilícitas. ¿Tienen la protección del intendente Samaniego? Esta es la pregunta de los irritados vecinos de Chaco Boreal.