19 abr. 2024

Te basta mi gracia

Me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee... Parece como si San Pablo sintiera aquí de una manera muy viva sus limitaciones, junto a las ocasiones en las que ha contemplado la grandeza de Dios y de su misión de Apóstol. También nosotros algunas veces hemos entrevisto en la vida “metas generosas, metas de sinceridad, metas de perseverancia.... y, sin embargo, tenemos como metida en el alma, como en lo más hondo de lo que somos, una especie de raíz de debilidad, de falta de fuerza, de oscura impotencia... y esto algunas veces nos tiene tristes y decimos: no puedo”.

Vemos lo que el Señor espera de nosotros en esa situación o en aquellas circunstancias, pero quizá nos encontramos débiles y cansados ante las pruebas: “La inteligencia –iluminada por la fe– te muestra claramente no solo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.

–El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como –por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural– tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres”.

“Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran ‘motivos’ para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que él te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, ipse Christus! —el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: ‘¡te basta mi gracia!’, que es una confirmación de que, si quieres, puedes”.

Te basta mi gracia. Son palabras que hoy el Señor dirige a cada uno de nosotros para que nos llenemos de fortaleza y de esperanza ante las pruebas que tengamos delante. Nuestra misma debilidad nos servirá para gozarnos en el poder de Cristo, nos enseñará a amar y sentir la necesidad de estar siempre muy cerca de Jesús. Las mismas derrotas, los proyectos incumplidos nos llevarán a exclamar: Cuando soy débil, entonces soy fuerte, porque Cristo está conmigo.

Cuando la tentación o los contratiempos o el cansancio se hagan mayores, el demonio tratará de insinuarnos la desconfianza, el desánimo, el descamino. Por eso, hoy debemos aprender la lección que nos da San Pablo: Cristo está entonces especialmente presente con su ayuda; basta que acudamos a él. Y también podremos decir con el Apóstol: Con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo...

Con respecto al Evangelio de hoy, el papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta, dijo: “’Esto es lo que sucede con Jesús, cuando comenta las Escrituras en la Sinagoga de Nazaret, donde había crecido. Sus paisanos, inicialmente, lo admiraban por sus palabras pero después se enfadan y tratan de ejecutarle. Han pasado de una parte a la otra precisamente porque la Palabra de Dios es algo distinto respecto a la palabra humana.

De hecho, Dios nos habla del Hijo, es decir, la Palabra de Dios es Jesús, Jesús mismo y Jesús es motivo de escándalo. La Cruz de Cristo escandaliza. Y esa es la fuerza de la Palabra de Dios: Jesucristo, el Señor. Y, ¿cómo debemos recibir la Palabra de Dios? Como se recibe a Jesucristo. La Iglesia nos dice que Jesús está presente en la Escritura, en su Palabra.

Por esto es tan importante leer durante el día un fragmento del Evangelio. ¿Por qué, para aprender? ¡No! Para encontrar a Jesús, porque Jesús está precisamente en Su Palabra, en Su Evangelio. Cada vez que leo el Evangelio, encuentro a Jesús. Pero ¿cómo recibo esta Palabra? Se debe recibir como se recibe a Jesús, es decir, con el corazón abierto, con el corazón humilde, con ese espíritu de las bienaventuranzas.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://www.regnumchristi.org/espanol/articulos/articulo.phtml)

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