29 mar. 2024

Soy gay: Esta es mi verdad

Por Adrián Cattivelli - En Twitter: @adricati

Tengo 45 años y gasté una gran parte de mí vida –un tiempo precioso que ya nunca volverá– en evitar reconocer ante mí mismo mi propia orientación sexual. Páginas de un libro podrían llenarse narrando ese proceso doloroso, pero inevitable, que se extiende desde la intuición de lo que se siente hasta la aceptación de lo que se es.

Se preguntará usted, amable lector, qué sentido tiene, a esta altura del camino, ponerse uno a reconocer que es gay. De hecho, nadie tiene la obligación, ni siquiera la necesidad, de explicitar sus preferencias sexuales. Por lo demás, no soy ninguna gran figura de la política, el espectáculo o de la religión como para generar el interés del público acerca de mi vida privada, por muy interesante o apasionada que ella pudiera ser.

Pero eso carece de importancia. Le voy a explicar, si usted me lo permite, por qué lo hago. Sobre todo, por quiénes lo hago. Lo hago para ayudar a esos miles y miles de chicas y chicos que diariamente son objeto de burla, exclusión o discriminación en sus escuelas y colegios por evidenciar –aún incluso contra su propia voluntad– una forma de ser diferente.

Lo hago por los muchos miles de muchachas y muchachos que cada día de sus vidas sienten verdadero terror de que sus preferencias sean conocidas por sus padres, por la pena de generarles un sentido de frustración o perder para siempre el afecto de quienes los trajeron a la vida.

Por los tantísimos adultos, de mi edad o más, que ingresaron al seminario para acallar su voz interior, en un estéril intento por ocultar su propia naturaleza. Y también por esos que, impidiéndose siquiera la posibilidad de asentir en su fuero interno la realidad de su condición, se vieron forzados a contraer matrimonio y tener hijos para “confirmar” a la sociedad y al mundo que su sexualidad no abría resquicio al menor atisbo de duda.

También por aquellos que, amedrentados por un medio ambiente hostil, machista y segregacionista, se ampararon en la oscuridad de la prostitución para dar cabida a lo que debiera ser algo natural en el transcurrir de una vida humana: satisfacer sus deseos íntimos más elementales.

También, y sobre todo, por quienes murieron sin haberse permitido jamás asumir en vida su condición y realizarse como seres humanos plenos; siendo ese el caso de innumerables hombres de a pie o insignes figuras de la historia y de nuestra vida cultural.

No, definitivamente no es sano vivir en la mentira y el ostracismo. Menos aún en la autocensura y la marginación. Que el miedo quede atrás para siempre. “La verdad os hará libres”, dijo Jesús hace 2.000 años, y ni él ni ninguna autoridad sobre el cielo o sobre la tierra debería impedir jamás que alguien viva contrariando la naturaleza que Dios, la vida o el destino le dispensó.

No tiene importancia lo que de ahora en más se piense de mí. Vivo un gran momento de mi existencia; el más pleno que haya conocido. Fiel a mí mismo, a mi origen y a mi conciencia. Repitiéndome cada día que estoy en lo correcto y que nada es más cierto en la vida que aquello que el gran escritor portugués José Saramago escribió alguna vez: “La felicidad consiste en dar pasos hacia uno mismo y mirar lo que se es”.

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