A excepción de algunas voces contrarias, hay un gran consenso en proponer a Sócrates como un modelo de filósofo y de maestro. Ambas actividades eran una sola en el ateniense, de ahí su vigencia a pesar de los milenios.
Sin embargo, cuando uno profundiza en el método socrático a través de los textos que describen su actuar y el de los especialistas que lo analizaron, se da cuenta que el famoso método de que la mayéutica exige un contexto que nuestro presente prácticamente no puede ofrecer.
Es que en el ideal pedagógico siempre la figura del Sócrates crítico y preguntón ha sido bien visto. Es el paradigma del maestro sabio que guia a sus discípulos en la búsqueda de la verdad. Ya es un tópico recurrente el ubicarlo en los altares pedagógicos como santo y mártir a seguir.
Sin embargo, en contextos de educación formal e institucional, ¿qué maestro puede cumplir con tal precepto? Nuestras instituciones, desde el nivel escolar (el inicial al parecer es una salvedad) hasta el universitario está construido en base a un modelo acumulativo donde el currículo impone unos contenidos que deben ser desarrollados por el profesor en un tiempo determinado.
Sócrates no duraría un mes en dicho contexto. Se quejarían de él sus alumnos, sus colegas, los padres y los directivos lo despedirían sin miramientos.
La mayéutica se dio en el contexto del ágora, un espacio de debate libre donde no había metas temporales ni materiales que cumplir. En ese ámbito Sócrates pudo cumplir su misión, cual era la de hacer parir las ideas en su coyuntural antagonista.
Este proceso precisa en primer lugar la aceptación por parte de Sócrates de que nada sabe, lo que le llevará a no proponer ningún contenido específico sino solamente hacer preguntas a su interlocutor que al final terminará reconociendo estar en similar situación. Esta constatación mutua de la ignorancia, dice Fernando Savater, es un paso fundamental para que el acto de aprendizaje vaya por buen camino.
Entonces, el problema está en que Sócrates solo puede ser un ideal de maestro, pero en el contexto del aula prácticamente nadie puede emularlo porque los objetivos curriculares e institucionales ejercen una presión ineludible.
Podemos, en todo caso, buscar otros espacios, desde el recreo, la mesa a la hora de comer, la plaza del barrio o el terere jere. Quizá ahí la mayéutica sea aceptada, aunque tendríamos que ver si podemos romper con nuestra costumbre de ver al maestro como un dador de contenidos o que el maestro haga solo preguntas y no quiera “dictar clase”. Todo un desafío que implica una reformulación de los que entendemos por educación.