Hay mucha gente que toma a grandes personajes de la historia para usar su nombre para una causa propia y olvidándose sobre qué es lo que lo llevó a ser una persona destacada, dejando de lado sus ideales.
Es decir que siguen un molde hueco, como una estatua, que está allí solo como un ejemplo de lo que debe hacerse, pero que dicta un historiador que sigue una línea política para interpretar sus hechos. Así llegamos a que algunos gobiernos toman como guión y ejemplo de vida a Simón Bolívar, indiscutible libertador de la lejana represión española.
Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero a Bolívar y es que en 1825 en el momento de mayor triunfo contra los realistas, no faltó quienes lo tentaron para que se proclame como rey o emperador. Estaba en su mejor momento y podría haberlo hecho porque era una gran tentación. Sin embargo lo que les contestó a los serviles que querían perpetuarse en el poder, es esta frase: “No descenderé de libertador a emperador”. Algo que actualmente los llamados bolivarianos han olvidado cuando se apoderaron del poder.
Se hace difícil ser patriota en un mundo complejo, en que los demás no son o no se sienten como “compatriotas”, porque hay divisiones eternas. Gente que piensa distinto y que quiere imponer sus ideas, más no la idea que siempre debería prevalecer: que es defender la causa común de vivir en libertad y con derechos garantizados. Cada uno tira para su lado y pone palos en la rueda a los que quieren hacer algo honesto.
Y desde Bolívar a esta parte, muchos ideales han quedado por el suelo, esto significa pisoteados. Trato de no nombrar a ninguno de los gobiernos, porque los ejemplos en Latinoamérica y el Caribe, se explican por sí solos. Cualquier conducta política basada en la represión a sus propios coterráneos, no merece llamarse democracia. Es decir esa palabra les queda grande a los represores de siempre. El mismo Bolívar lo dijo: “Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”. Opinaba asimismo que los legisladores deberían ir previamente a una “escuela de Moral” y ya tenía establecido que “Los empleos públicos son patrimonio del Estado, no son patrimonio de particulares. Ninguno que no tenga probidad, aptitudes y merecimientos es digno de ellos”. A los grandes hombres se los sigue o se los debe seguir, por las ideas nobles y libertarias que inspiraron sus vidas.