28 mar. 2024

Segregación y desconfianza, en el corazón de los disturbios de Baltimore

En el barrio de “Sandtown”, epicentro de los disturbios en Baltimore, se respira desconfianza, la Policía ha tomado la calle, las grandes televisiones han contratado gigantes para garantizarse su seguridad y los vecinos, negros olvidados en una barriada pobre, observan con caras largas.

EFE

Baltimore (Maryland) es una ciudad diversa, con un 63% de afroamericanos, un 32% de blancos y cerca de un 5% de hispanos, y más que el color de la piel la separación la marca la disparidad económica, un factor que convierte a esta urbe en una de las más segregadas de Estados Unidos.

Los extremos este y oeste es donde se concentran los mayores porcentajes de pobreza y de población negra, rodeados de zonas de medianos y altos ingresos, donde la criminalidad es baja, la esperanza de vida es similar a la media nacional y los tiroteos no desvelan el sueño.

“Sandtown es el barrio de la desilusión”, como explica a Efe una residente, donde creció Freddie Gray, joven negro de 25 años, detenido por la Policía sin razón suficiente, esposado y lanzado a un furgón policial del que salió con una lesión mortal.

Ese hecho fue el desencadenante de disturbios y protestas contra la desigualdad racial y económica de la que se da en llamar “The Greatest City in America” (“La mejor ciudad de Estados Unidos”).

El ingreso medio de Sandtown es de 24.800 dólares al año, comparado con los 106.000 dólares anuales de barrios ricos como Roland Park.

En barrios como en el que creció Freddie Gray, la posibilidad de morir de diabetes es ocho veces mayor; de sida, 20 veces mayor; la posibilidad de ser asesinado se multiplica por 15.

La burbuja inmobiliaria previa a la crisis de 2008 se cebó especialmente con barrios como Sandtown, donde ahora un cuarto de las casas están vacías y clausuradas con tablones a causa de la oleada de las ejecuciones hipotecarias, y que se sumó a la depresión de la desintegración, desde los años 70, del tejido industrial.

Un jefe de Policía afroamericano, una alcaldesa afroamericana y un presidente afroamericano en la Casa Blanca no han sido suficientes para corregir las demandas desatendidas de los desposeídos de Baltimore.

Cuando la alcaldesa, Stephanie Rawlings-Blake, y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se refirieron a los responsables de los disturbios como “matones” o “criminales”, a muchos residentes de Baltimore no les pareció una definición del todo acertada.

Varios vecinos de Baltimore entrevistados por Efe durante las manifestaciones coinciden en que “lo que ha pasado no es una sorpresa para nadie”.

La misma desconfianza que lleva a las grandes televisiones estadounidenses a rodearse de decenas de guardias de seguridad de dos metros de alto o poner frente a los manifestantes personal militar armados con fusiles y tanquetas, puede estar detrás de los disturbios y los saqueos por la muerte de Freddie Gray.

La organizadora social Lisa Lucas explica a Efe que la Policía decidió de manera preventiva cancelar los servicios de autobuses a la hora de salida de las escuelas el lunes y, al mismo tiempo, acordonó con coches de Policía un centro comercial del oeste de la ciudad donde suelen pasar el tiempo los jóvenes de esa zona deprimida.

Esa combinación hizo que centenares de adolescentes, ya en tensión por las protestas previas por la muerte de Gray en custodia policial, se vieran frente a una fuerza hostil sin lugar adonde ir. El resultado: incendios, destrozos y toque de queda.

“La chispa fue la frustración”, asegura a Efe Alysshia Jacobs, que lamenta que la autoridades nunca se han dirigido a los vecinos de los barrios pobres para tratar sus problemas.

La ciudad ha dado prioridad desde 1999, cuando el demócrata Martin O’Malley llegó a la Alcaldía, a la lucha contra el crimen y el aumento de la presencia policial y la política de “tolerancia cero”.

La mano dura y la demostración de fuerza que hoy representan los toques de queda, el millar de policías, los 2.500 militares de la Guardia Nacional, los helicópteros y los vehículos blindados, vienen de lejos.

En un solo año, en 2005, la Policía de Baltimore efectuó más de 108.000 arrestos, un sexto de la población.

El crimen se redujo, pero la población carcelaria, especialmente en los barrios pobres, disparó la exclusión social y las familias desestructuradas.

Los manifestantes, líderes religiosos y vecinos de Baltimore esperan que los políticos hayan aprendido la lección y sustituyan los toques de queda y la militarización por políticas sociales.

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