El filme que nos ocupa hoy es obra de un viejo guionista nacional que ahora se volcó a la actuación y a la dirección (ya ve, a la vejez orgía... perdón, viruela). Esta es la primera vez que incursiona en el porno, inaugurando todo una vertiente inexplorada: el porno terror.
Sus antiguos trabajos incursionaban en el thriller político, donde se explayaba sobre cómo violar la Constitución, perpetrar soterrados golpes o volver presidente de la República a personas con media hora de afiliación partidaria.
Los especialistas entran en sesudos debates para calificar esta opereta fílmica. No se animan a tildarlo de porno liso y llano porque, pese a que se ven un par de senos y alguna que otra cosa, tiene menos erotismo que una colonoscopía un 24 de diciembre a la tarde.
Los que se vuelcan por la posibilidad del terror, traen a colación que el primerísimo plano de nuestro honorable protagonista, dándose un beso con una de las damiselas, es digno del suicidio colectivo.
Este corto también será recordado por la escena lésbica más aburrida del último milenio, había tanto calor allí como en un picnic en Siberia. El triángulo amatorio de nuestras coprotagonistas (nunca mejor dicho), va a entrar en los anales del séptimo arte como el mayor desperdicio de siliconas de nuestra era. Al punto que la Chicholina amenazó con salir de su retiro si la industria se encuentra en tan bajo nivel.
Hay frases relacionadas con la obra que se incorporarán a nuestra memoria colectiva. “Mi espónsor te quiere conocer”, “Todo fue un montaje” y “Yo no me meto en el puterío ajeno”, son frases a la altura de “Que la fuerza te acompañe”, “Le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”...
En lo que respecta a la distribución, nadie se quiere hacer cargo del muerto (no estamos hablando del protagonista).
Si bien el material es por completo trabajo de nuestro ínclito personaje, contó con la invalorable (¿o fue valorable?) ayuda de otra persona, pues a todo Quijote le hace falta un Sancho Panza.
La jueza Patricia González puso una mordaza a los medios para que no se divulgue el patético video. No le importó que medio Paraguay ya lo hubiera visto, pues la verdadera intención del demandante es atacar a los medios que suelen desnudar su inmoralidad, y no estamos hablando de este video que –más allá de la supuesta participación de una menor– es la menor de sus inmoralidades.
Galaverna demostró que es tan buen senador como actor porno y que al Paraguay le falta mucho para ser un país con autoridades serias.