La muerte del fiscal argentino Alberto Nisman desató un vendaval de conjeturas y acusaciones abiertas contra el Gobierno central y contra su jefa, Cristina Fernández. Nisman, de 51 años, había acusado a Cristina de formar parte de una conjura con el Gobierno de Irán, con el propósito de dejar sin efecto lo investigado hasta ahora sobre el sangriento atentado contra la AMIA, en 1994, en plena vigencia del menemato.
El lunes a las tres de la tarde, el fiscal debió informar oficialmente las razones de su acusación contra Cristina. No pudo hacerlo porque se “suicidó” horas antes. La misma presidenta Fernández alienta las sospechas en su contra emitiendo consideraciones disparatadas. “Lamento el suicidio de un hombre que siempre luchó por la Justicia”, por ejemplo.
Nadie, ni siquiera los chupamedias más entusiastas de la presidenta, había aventurado hipótesis alguna de suicidio. Al menos, no de manera tan tajante. ¿Por qué ella sí lo hizo? La prueba de parafina al malogrado fiscal dio negativo, lo que indica que no disparó arma de fuego alguna en las últimas 24 horas.
La escena estaba montada al estilo teatro escolar: el muerto tendido en el piso y al lado, un revólver calibre 22. (Los tiradores especializados de los servicios usan preferentemente calibres bajos. Suenan poco y su falta de potencia se compensa con la puntería impecable de los usuarios).
Tal vez por falta de tiempo, no se preocuparon de hacer que la propia víctima jalara el gatillo para que la determinante parafina estuviera presente. Pero hay muchos detalles incriminatorios que juegan contra la presidenta.
Nisman ya la había acusado públicamente, y prometió presentar algunas pruebas demoledoras a las tres de la tarde del lunes pasado.
No parece la actitud de un timorato que viéndose en problemas, elija luego la vía del suicidio.
Como dato paradojal, Nisman fue nombrado en el cargo por el finado Néstor Kirchner, el ex presidente argentino y factótum de la presidencia de su esposa, luego su viuda. Supongo que desde donde se encuentre en estos momentos, el pobre Néstor se estará preguntado en tono de reproche duro, qué demonios fue lo que hizo.
Cristina es conocida por salir al paso de cualquier pregunta sin tener a mano una respuesta al menos sensata. Confía demasiado en las clases de oratoria y expresión corporal que seguramente habrá tomado nada más asumir el poder su marido. En los Estados Unidos, un periodista le preguntó cómo era posible que tuviera en una sola cuenta bancaria varios millones de dólares.
Preguntó además cómo hizo para ganarlos. Ella respondió con su inconfundible tono soberbio: “Con el ejercicio honesto y exitoso de mi profesión de abogada”. Salíiiiiii –pensé yo. Y lo mismo habrán pensado millones de argentinos y, probablemente, algunos miles de norteamericanos. Aquella mentira ingenua, o aquel bolazo cínico (elija usted), fue del mismo racimo de donde salió lo del suicidio de Nisman, comentado con pesar por ella.