23 abr. 2024

Se busca presidente

Por Luis Bareiro

Nicanor Duarte Frutos ordenó la casa tras el desgobierno catastrófico que supuso la administración de Luis González Macchi, pero pese al poder que acumuló no hizo una sola de las reformas públicas de fondo, metió miles de funcionarios sin concurso de oposición y malogró una brillante oportunidad de transformar la justicia, pulverizando una Corte mala para poner otra aún peor.

Fernando Lugo les dejó hacer a sus mejores ministros, como el imprescindible Dionisio Borda, consolidando la estabilidad macroeconómica que se inició con Nicanor y poniendo un énfasis en las áreas sociales que nunca antes hubo.

Pero su ambigüedad política y su irritante morosidad para tomar decisiones abortaron cualquier cambio sustantivo.

Su incapacidad para negociar con una clase política más miserable que nunca desbarrancó el presupuesto con aumentos salariales en el sector público por encima del 35 por ciento, dando vida al monstruoso gasto rígido que hoy se come más del noventa por ciento de los impuestos.

El breve paso de Federico Franco por la presidencia del país apenas sirvió para que un audaz ministro de Hacienda colocara al país en el mercado mundial de capitales con una exitosa colocación de bonos.

Y más nada.

El resto fue una película de terror sobre la voracidad azul empachándose con lo público y destrozando sus chances electorales por otro par de décadas.

Lo de Cartes hasta ahora es el gobierno de facto de su mejor administrador privado, Juan Carlos López Moreira, quien intenta convertir el paquidérmico e inútil cuerpo del Estado en una herramienta útil para aplicar políticas públicas. Si lo está logrando solo podremos saberlo en los últimos años de gobierno.

Las otras grandes reformas, sin embargo, la de la educación, la de la justicia, la de la salud pública, lejos están de concretarse porque para ellas se necesita lo que Cartes no tiene, capacidad de debatir, de convencer y de acordar; un liderazgo político que solo se puede construir seduciendo a la opinión pública con una meta, un objetivo que se instala en el imaginario colectivo a fuerza de hablar, de contar, de arengar.

Cartes está en lo suyo; pagar buenos gerentes, sin darse cuenta de que esta no es una empresa unipersonal, que hay casi siete millones de accionistas a los que tiene que convencer todo el tiempo.

Como ven, ninguno fue o es totalmente malo ni excepcionalmente bueno.

Me pregunto entonces por qué la obsesión de tantos con la reelección.

¿Tan poca fe nos tenemos que creemos que estos son lo máximo a lo que podemos aspirar?

¿De entre casi siete millones de personas, Nicanor, Lugo y Cartes son los únicos que pueden gobernar?

Pues yo disiento.

Con solo escuchar a los estudiantes de secundaria que improvisaron una irónica entrega de cocido y chipitas al MEC, o a los universitarios que gestan un nuevo estatuto me convenzo de lo contrario.

Los próximos presidentes están por ahí.

Solo tenemos que buscarlos.

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