24 abr. 2024

Sana

Una amiga tuvo gripe y la internaron previsionalmente; otra amiga reemplazó la administración de leche materna a su bebé por carísimos suplementos, ante el asombro y la congoja de verla desperdiciando lo que la naturaleza le daba gratis.

Ayer se pospuso una ley que habla de penalizar a los hombres que embaracen a sus esposas, aunque esta nueva vida fuera fruto de un acto sexual consentido y de eliminar a toda costa estereotipos de género.

Al leer más sobre esto, lo único que encontré fueron apasionadas elucubraciones de radicales que desean igualar a las personas a fuerza de cambiar su naturaleza… ¿Qué hay de común detrás de estas anécdotas? La intervención cada vez más influyente de los autoproclamados expertos de toda laya.

¿Y el sentido común? Decían los que lo conocieron bien a don Secundino Núñez, respetado profesor y político paraguayo que marcó época, que solía decir a sus alumnos con cierto orgullo que el paraguayo posee todavía el menos común de los sentidos, que es el sentido común.

¿De qué se trata? De relacionar las ideas con la realidad, los consejos de los autonombrados expertos con la realidad. Y esto es simple ejercicio del sentido común. Lo sabía mi abuela cuando recomendaba la lactancia materna. Todavía lo entendemos muchos paraguayos cuando rechazamos proyectos políticos internacionales que desean instalar una cultura de la asepsia mental infantilizante y manipuladora.

Me refiero a que algunos poderosos y seudoconsejeros desean introducir un principio de temor a la propia autonomía mental para nosotros, haciéndonos dudar de la propia experiencia, presionándonos para dejar todo en mano de los “expertos” y liberarnos de tener que pensar por cuenta propia y arriesgar razonablemente respuestas personales a los problemas de la vida.

Pasaría por alto esto si no fuera porque también veo introducirse esta forma miedosa de encarar la realidad en las escuelas y universidades. En el fondo, es esa falta de certezas que nacen de iniciar todo desde la duda como principio. Es la razón reducida a racionalismo que nos limita y nos conduce a tener miedo de nuestra propia capacidad de comprensión.

Es cierto, la conciencia y la experiencia personal pueden ser guiadas por la educación, la ciencia y la moral religiosa que nos brindan otros, pero siempre debe quedarnos lugar a los ciudadanos para sentirnos en condiciones de ejercer libremente nuestra capacidad de pensar, sin necesidad de autoproclamarnos expertos.

¿O será que este nuevo estilo de gobernanza nos quiere volver ovejas dóciles, sin criterios propios y sin independencia? ¿Para beneficio de quiénes?

Da para pensar.

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