18 abr. 2024

Safari antropológico

Por Carolina Cuenca – ccuenca@uhora.com.py

“Como los monos de Gibraltar tapan los ojos para no mirar”, decía una vieja canción de Víctor Manuel. Ojalá no se cumpla con las familias y las comunidades educativas afectadas por los últimos sucesos de violencia acontecidos en colegios de nuestro país. Sabemos de sobra que hay muchos casos más.

Leí y escuché los comentarios al respecto. No faltaron la indignación contra los “violentos”, los padres “ineficientes”, los directivos de colegios “permisivos”, la falta de referentes de autoridad sanos en este ambiente social plagado de prepotencia y corrupción.

Lo primero que comparto es que esto tiene que ver con algo más que con los reglamentos de los colegios o de las leyes del país. Estos existen, ¿por qué no hay adhesión a ellos en la práctica? Porque para cumplir la ley primero hay que hallarle un sentido a lo que somos, comprender nuestro valor y sentirnos parte; es decir, pertenecer de verdad.

Lo segundo, aunque hace años formo parte de varios equipos educativos en los que bregamos por implantar una efectiva educación en valores —es evidente que se están perdiendo—, la verdad es que no es suficiente incluir en el currículum o en las charlas educativas este ítem para mejorar el clima humano. Hay algo de lo que se parte para llegar a vivir con virtud. Se trata de la libertad, de la intimidad –hoy tan manoseadas y banalizadas–, del riesgo de vivir más a fondo nuestra humanidad.

Tercero, estoy convencida de que la crisis de los niños y los jóvenes violentos tienen detrás una mucho peor y más grave, es la crisis de adultez de sus educadores. Crecer hasta el punto de hacernos cargo de nuestra conducta implica una educación que parte de unos adultos que nos guían sin miedo de la realidad. ¿Dónde están los adultos de nuestro país? Muchos andamos entretenidos, tan infantiles como aquellos a los que deberíamos educar.

Sí, como la fiebre es un síntoma de la enfermedad, la violencia es solo el punto visible de un malestar muchas veces muy profundo.

Entonces, ¿es más humano dejarlos impunes? No. Los hechos violentos deben ser castigados, la impunidad no es camino de sanación. Reconocimiento del mal cometido, reparación del daño. Es lo justo. Pero para sacar fuerzas y vivir en ese nivel no evasivo de la realidad y reivindicarnos, hay que acudir a las fuentes genuinas de moralidad: la vida familiar auténtica, con mamá y papá que guíen, que den hipótesis de vida, que eduquen; la otra es el sentido religioso que se alimenta de nuestras creencias. Fuera de esas fuentes, reducimos nuestro horizonte educativo al litigio, a la prédica moralista o a la evasión. Nada de eso funciona. La realidad nos lo demuestra a cada paso.

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