20 abr. 2024

Saber leer en los libros y en la vida

Por César González – cesarpaez@uhora.com.py

Los libros son linternas que nos guían en la oscuridad de la ignorancia. La luz que irradian se proyecta hacia lo que queremos apuntar, es decir, lo que queremos aprender. Son enseñanzas que no se olvidan; por eso, muchos textos se recuerdan con el mismo cariño que uno les tiene a la maestra que le enseñó las primeras letras o aquel profesor de secundaria que, alejado de esa falsa postura de imponer verdades, se dedicaba a contarlas de manera sencilla y sin olvidar esa pequeña dosis de humor que hace que uno retenga las cosas con mejor ánimo.

Los libros, como los árboles, tienen hojas que no se caen en el otoño del alma. Hay páginas donde uno siempre vuelve porque tienen la doble magia de atraer por lo que dicen y cómo lo dicen. Y casi siempre es la poesía, pues cumple con creces eso de despertarnos la sensibilidad y la inteligencia para decir aquello que sentimos de una manera coherente e inolvidable.

También puede ser el fragmento de una novela con el que se recuerdan cosas inolvidables que les ocurrieron a los personajes cuando estaban explorando todavía el mundo que les tocó vivir.

También está lo que cuentan las personas sencillas, sin otra formación que les dicta que si por un camino ocurren cosas imprevistas o malas, es necesario contarlas para que sirvan de advertencia a los que pasan o pasarán por lo mismo. Hablo de cómo los mayores, que vivieron varios tomos de vida, pueden dar consejos que se encuentran en los libros.

Varios autores célebres que muchas veces dejan de escribir, y cuando les preguntan por qué, suelen sincerarse diciendo “porque los viejitos que me contaban estas historias, han muerto”. Uno de ellos era, por ejemplo, el mexicano Juan Rulfo.

Por eso se recomienda a los que escriben, que “lean” las páginas abiertas de mucha sabiduría que hay en los ancianos que todavía se resisten a morir sin dejar la huella en algún sitio, generalmente en la memoria de los que los escuchan. Muchos de esos ancianos suelen decir “no sé escribir, pero yo les voy a contar lo que viví y cómo lo viví, los que escuchan con atención sabrán ordenar las palabras y ponerlas en su lugar. Ponerles a esas historias el ropaje de poesía, novela o cuento.

Y en Paraguay, con su inabarcable veta de oro, que es la cultura oral, hay mucho para explorar para rescatar, porque esos “viejitos” también están cumpliendo las últimas etapas de sus existencias y tienen la paciencia para contar y trazar el mapa de vidas que en su sencillez encierra las gotas necesarias de sabiduría.

Escúchenlos atentos; ellos son la portada invisible de los libros no escritos, ellos tienen la palabra que abren las puertas del conocimiento. Y no son menos que nadie, son testimonios vivientes que hay que redimir para la memoria de todos.

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