En realidad, mirando la coyuntura tanto local como internacional era algo que se veía venir, y varios analistas ya lo preanunciaron en los últimos meses.
Aunque en el segundo semestre del año, estas proyecciones tal vez pudieran reducirse un poco más aún, las estimaciones siguen siendo muy positivas para nuestro país en un momento complicado para la región en general y, particularmente, para nuestros grandes vecinos, cuyas coyunturas obviamente siempre nos afectan en mayor o menor medida.
Venimos de una década sumamente positiva en donde la favorable situación internacional y el orden macroeconómico interno que estábamos acumulando a través de sucesivos gobiernos, le permitió al sector privado aprovechar las oportunidades que se le presentaron.
La dinámica de crecimiento generó expectativas muy alentadoras para una interesante diversificación de la economía paraguaya con nuevos sectores como la construcción, entre otros, que empezaron a emerger con fuerza.
Este proceso también tuvo sus consecuencias positivas en el plano social, con los niveles de pobreza y pobreza extrema que se vieron reducidos a casi la mitad desde sus catastróficos niveles en el 2001. Seguimos siendo una sociedad tremendamente injusta y desigual, pero hemos ido avanzando en el camino correcto para modificar dicha situación.
Hoy debemos entender que las condiciones ideales que tuvimos ya no están presentes en el plano internacional. Y nuestra estabilidad macro –un bien público de indiscutible valor– ya no será por sí sola suficiente si no encaramos con fuerza y decisión reformas más estructurales.
En los próximos años, las decisiones de política que se tomen serán claves para generar las condiciones necesarias que nos permita continuar en la senda del crecimiento, y que sobre todo sea verdaderamente inclusivo.
Por supuesto que las políticas públicas siempre son críticas, pero digamos que en la década anterior las condiciones eran tan favorables, que la propia inercia del sector privado facilitó un proceso de inversión y crecimiento acelerado.
Hoy vemos que esa dinámica se encuentra con muchos cuellos de botella y superarlos implica decisiones políticas inteligentes que permitan de vuelta un nuevo impulso al crecimiento y al desarrollo.
Es por ello que cuestiones tan elementales como la implementación efectiva de la Ley de Alianza Público-Privada (APP) o la mejora sustancial de las capacidades del Estado para la ejecución eficiente y efectiva de proyectos, se vuelven imprescindibles en momentos como este.
Y luego tenemos una serie de otras reformas en muchos ámbitos, pero todo esto implica un alto nivel de acuerdo político para avanzar. Incluso, contamos con una hoja de ruta con el Plan Nacional de Desarrollo 2030, aunque no me queda claro si la dirigencia política en general lo ve de esa manera.
La forma en que se ha manejado una ley tan fundamental como la de las APP nos muestra la gran incapacidad de la clase política para acordar en cuestiones importantes.
Prácticamente, todos los sectores políticos relevantes mencionan que es necesaria la incorporación del sector privado para el desarrollo de las obras de infraestructura, pero finalmente no contamos con una ley consensuada mínimamente por todos. Más bien se vislumbran intentos de afectarla incluso antes de su implementación real.
En tiempos tormentosos, necesitamos una política madura y sensata. Por momentos tendemos a pensar que podemos seguir creciendo aún a pesar de la política. Pero ello acaso no sea más que una ilusión.