La primera reflexión recibida es que el ISIS administra un amplio territorio, con una población humana no toda necesariamente yihadista, pero fuertemente sometida a la barbarie de este grupo terrorista. Y la lluvia de bombas mata indiscriminadamente a unos y a otros.
Además, segunda reflexión, y como ocurre tantas veces en la vida, el ISIS es un victimario asesino, que es usado por otras fuerzas mayores que el para sus fines particulares.
Todo esto ocurre en una región con una intervención extranjera bien nefasta (recuerden las guerras de EEUU en Afganistán e Irak), y una continua competencia entre los bloques de la región.
Para el presidente sirio, ISIS es un enemigo grande, pero al mismo tiempo útil. Le permite presentarse internacionalmente como un mal menor y sus enemigos también lo atacan. Una colaboración nunca esperada.
Arabia Saudí e Irán tienen por separado un diferendo con Bagdad y Damasco. Por eso, ha apoyado a grupos yihadistas, probablemente, también para que les dejen a ellos tranquilos.
Turquía es otra nación envuelta en este laberinto. Ayuda a ISIS abriéndole sus fronteras con Siria. Con ello debilita al Kurdistán sirio siempre uniéndose en sus afanes independentistas con el Kurdistán turco.
Los EEUU fueron comadrona en el nacimiento de ISIS para que le ayudaran contra Al Qaeda. Luego, se les fueron de las manos. Ahora no saben cómo frenarlo.
Y detrás de todos ellos se esconde el mayor negocio del mundo: la fabricación y venta de armas. Con ellas matan los asesinos de ISIS. Pero con ellas también Occidente intenta aniquilarlos. Los dos enriquecen al mismo amo.
Por todas estas razones, hasta ahora la estrategia de “aniquilación” no ha dado resultado.