Horacio Cartes es de esos empresarios tavy, vyro chusco, que tiene habilidad para el negocio, pero una formación tan vacua que ni siquiera entiende los contextos. Lógicamente, con ese perfil, ejercita –como los de su clase– una soberbia y una petulancia propias de la burguesía, pero de baja estofa por su extrema pobreza en formación teórica y práctica. Todo acompañado de un supino autoritarismo, rancio y cavernario.
En su imaginario, él es brillante y astuto, el resto un ejército de zonzos. Sus asesores afianzan esa creencia. Como son lisonjeros contratados, su labor es eldulzarle el oído y dorarle la píldora.
Tal es la realidad, que en un pasado no tan lejano afirmaba, casi juraba, su total desinterés por la reelección presidencial, seguido de un palabrerío ilegible como casi todo lo que él habla. En paralelo, todos sabíamos que su equipo trabajaba negociando –al precio que fuere– votos para torcer las normas y abrirle vía libre al rekutu en 2018. Él no sabía que todos ya sabíamos.
En su idea de permanecer en el poder continuó pese a que los legisladores opositores, los de su partido y los otros sectores, le trabaron llegar por la vía de la enmienda.
Pero como los tiempos apremian, su popularidad va en picada, el país se hunde cada vez más por el incremento del número de pobres extremos y las encuestas en todos lados le dicen que mayoritariamente no le votarán, empezó a agitar la maquinaria. Torpe maquinaria, pero bien financiada. Así se inventó aquel decreto por el que prohibía las gratificaciones en el sector público para congraciarse con la airada repulsa de un gran sector de la sociedad hacia el tercer aguinaldo aprobado en el Legislativo. Su imagen siguió desdibujada.
Entonces, el lunes anunció que el precio del pasaje en unidades comunes del transporte público bajaría G. 100. Lo mismo el precio de los combustibles. Evidentemente este es un acuerdo soterrado con el especulador sector empresarial de las estaciones de servicios y las líneas de colectivos. E inmediatamente, al día siguiente sobrevino lo inevitable. Se fue a inaugurar naderías a Ciudad del Este –su nuevo feudo rentado, de la mano de los Zacarías Irún, otrora enemigo– y en un mal montado espectáculo se sinceró: habló de su reelección.
El 29 de este mes será la convención del Partido Colorado (agrupación que Cartes alquiló para llegar a la presidencia de la República) y allí aprobarán ir por el segundo mandato a contra Constitución Nacional.
Qué les importa. Violan las normas, casi siempre. Total, Cartes quiere seguir siendo presidente, aunque no sirva siquiera para trancar la puerta del Palacio de López.