La intención es recta cuando Cristo es el fin y el motivo de nuestras acciones. “La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones.
¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!”.
Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: Se puede entonces tomar como criterio de actuación “el qué dirán” y no la voluntad de Dios.
La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente; se llegaría fácilmente entonces a neutralizar la actividad apostólica de los cristianos, quienes “han tomado sobre sí una tarea urgente que han de cumplir en la tierra”: La evangelización del mundo.
El papa Francisco, a propósito del evangelio de hoy dijo: “Además del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad.
Y el signo del maná –como toda la experiencia del éxodo– contenía en sí también esta dimensión: Era figura de un alimento que satisface esta profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino.
No es un simple alimento con el cual saciar nuestro cuerpo, como el maná; el cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la esencia de este pan es el amor.
La eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su palabra y alimentarse con su cuerpo...”.
(Del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net).