“Fue una de las autopsias que marcó mi carrera y lo más notable es que la realizamos sin saber todavía que ese paciente era el renombrado criminal nazi Eduard Roschmann. Semanas después fui a Bélgica en misión de estudios y todos exclamaban, admirados: ‘¡Fuiste el que hizo la autopsia de Roschmann!’”, recuerda el profesional.
ENFERMO. El día 26 de julio, el criminal nazi había amanecido con la cara roja, sin poder respirar, lo cual alarmó a los dueños de la pensión.
“Mi mamá fue a verlo y reconoció que era un ataque cardiaco. Mi padre había muerto de una enfermedad similar. Así que llamó un taxi y mi hermano, Epifanio Ríos, con una empleada, Mirtha González, lo llevaron urgente al Hospital de Clínicas”, había relatado Aníbal Ríos, hijo de la dueña de la pensión.
Con el nombre de Federico Wegener, Roschmann fue admitido en estado de coma e internado en la cama 16, sala B, de la Primera Cátedra de Clínica Médica.
No había nadie que se hiciera cargo del paciente, salvo los dueños de la pensión, que llamaban a conocer su estado. Le hicieron una traqueotomía y lo trataron con penicilina, cloranfenicol y diuréticos, y pudo recuperarse. El 4 de agosto pudo salir, regresar a la pensión, recoger sus cosas y luego volver al hospital.
El 10 de agosto amaneció con convulsiones, bajó su presión arterial y tuvo un paro cardiorespiratorio. Los médicos José Bellasai, Pedro Rolón y Hernán Godoy hicieron la autopsia ese mismo día. Se determinó que había muerto “por paro cardiaco”.
“Fue una autopsia rutinaria, que se hacía habitualmente a los pacientes. De haber sabido que era Roschmann, hubiéramos hecho un examen mucho más detallado”, recuerda José Bellasai, quien sostiene que es falsa la versión de un periodista argentino, de que el cuerpo quedó para prácticas de estudiantes de medicina.
El médico Alfredo Boccia relata que el cuerpo de Roschmann “una semanas después, desapareció misteriosamente”.