Nos toca a nosotros, a cada cristiano, hacer rendir ahora el tesoro de gracia que el Señor deposita en nuestras manos, mientras “vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: Restaurar en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra (Efesios 1:10)”.
Este es nuestro cometido mientras el Señor vuelve para cada uno en el momento, quizá no muy lejano, de la muerte: procurar con empeño que el Señor esté presente en todas las realidades humanas. Nada es ajeno a Dios, pues todas las cosas han sido creadas por él, y a él se dirigen...
Mientras aquellos administradores fieles procuraban con empeño hacer rendir el tesoro de su señor, muchos ciudadanos de aquel país le odiaban y enviaron una embajada tras él para decirle: no queremos que este reine sobre nosotros.
El Señor debió de introducir con mucha pena estas palabras en medio del relato, pues habla de sí mismo en la parábola: Él es el hombre ilustre que se marcha a tierras lejanas. Jesús veía en los ojos de muchos fariseos un odio creciente y el rechazo más completo. Cuanto mayor era su bondad y mayores las muestras de su misericordia, más aumentaba la incomprensión que se advertía en muchos rostros.
¡Qué duro debió de resultar para el Maestro aquel rechazo tan frontal, que alcanzará su punto culminante en la Pasión, poco tiempo más tarde!
En estos días, mientras esperamos la solemnidad de Cristo Rey, nos podemos preparar repitiendo algunas jaculatorias: ¡Regnare Christum volumus!, ¡queremos que reine Cristo!, y queremos en primer lugar que ese reinado sea una realidad en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en nuestro corazón, en todo nuestro ser. Por eso le pedimos: “Señor mío Jesús: haz que sienta, que secunde de tal modo tu gracia, que vacíe mi corazón, para que lo llenes tú...”.
El papa Francisco a propósito dijo: “El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que él nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su palabra, la eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón…
(Del libro Hablar con Dios y http://es.catholic.net/).